El lunes 20 de noviembre pasará a la historia de la Unión Europea como el día en el que la Agencia Europea de Medicamentos conoció su nuevo destino. Una decisión que seguro que no dejará indiferente a nadie y que esperemos no repercuta en el desarrollo de la actividad normal de la EMA. Lo contrario será un error de descomunales proporciones que afectará a la salud de los pacientes europeos. Hablar hoy desde estas líneas sobre una u otra candidatura ya no tiene sentido. Solo tiene sentido esperar que no primen criterios políticos y que los estados miembro hayan sido capaces de tomar una decisión pensando en el futuro y en el presente. No hay otra opción. A partir del lunes, la ciudad elegida tiene que actuar con responsabilidad y mostrarse a la altura de las circunstancias. La infinidad de implicaciones que tiene ‘la gran decisión’ han sido ampliamente explicadas y todo el mundo conoce sus derivadas. La Unión Europea se enfrenta a una decisión que tiene que reforzar, además, su capacidad de liderazgo y de ente vigilante de las necesidades de todos los europeos.
La pregunta que encabeza este editorial solo deberá hacerse si la decisión no pasa por Barcelona, Ámsterdam y Milán, las únicas candidatas que pueden garantizar que la EMA continúe su actividad sin prácticamente verse afectado su funcionamiento. Una elección diferente traerá consecuencias.
El camino hasta ‘la gran decisión’ ha demostrado las capacidades de unos y de otros para influir o intentar confundir. El camino también nos ha dmeostrado la enorme capacidad investigadora que tiene España, nos ha abierto los ojos sobre lo preparado que está el sector y la importancia que tiene de cara a contribuir con la economía nacional. Pase lo que pase habrá que extraer todo lo positivo y, si Barcelona es la elegida, ponerse a trabajar desde el minuto uno para que no se pueda ver afectada la salud de los pacientes.
La decisión sobre la ubicación
de la sede
de la EMA no dejará a nadie indiferente