Durante demasiado tiempo, la salud mental ha sido un tema olvidado. Hoy, por fin, ocupa un lugar destacado en el debate público. Y no es casualidad. La pandemia de COVID-19 dejó secuelas profundas y, según datos del Ministerio de Sanidad, los trastornos mentales han aumentado desde entonces. La realidad es preocupante, tanto en términos humanos como económicos.
El documento ‘Juntos por una mejor salud mental. Propuestas para una mejor atención y un uso adecuado de los psicofármacos en España’, impulsado por Farmaindustria, pone cifras sobre la mesa: solo en Europa, los costes evitables asociados a los trastornos mentales ascienden a 122.900 millones de euros al año. En total, los sistemas de salud y la sociedad destinan más de 430.000 millones a este problema. Si se gestionaran mejor los recursos, más de una cuarta parte de ese gasto podría redirigirse a otras partidas.
Asimismo, la Comisión Europea y la OCDE estiman que los problemas de salud mental suponen el 4% del PIB de los países de la UE. En el caso de España, el coste se sitúa en torno al 4,2%, según cálculos de la OCDE y el Consejo Económico y Social. No es una cifra menor, y sin embargo, la inversión pública en salud mental sigue siendo baja y varía mucho entre países.
El impacto también se ve en el ámbito laboral, ya que las bajas por salud mental crecieron cerca de un 17% en 2023. Hasta septiembre de 2024, se contabilizaron 468.093, según datos de la Unión General de Trabajadoras y Trabajadores. Por si fuera poco, solo el 17% de las personas con discapacidad psicosocial tiene empleo, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Son datos que hablan por sí solos.
El enfoque del tratamiento es otra de las claves que desarrolla el documento. El mismo informe de Farmaindustria señala que un abordaje adecuado con medicación puede mejorar el rendimiento laboral en un 32% y suponer un ahorro superior a los 6.000 euros por empleado al año. Esta mejora no solo beneficia a los pacientes, también al conjunto de la economía.
Por otro lado, el uso de psicofármacos es otro punto relevante que aborda el documento. En este sentido, deja claro que no se puede afirmar que haya un uso inadecuado generalizado, pero considera fundamental establecer un marco de análisis y recomendaciones. El informe defiende que, según estudios y guías clínicas internacionales, combinar psicofármacos con psicoterapia en trastornos como la depresión, la ansiedad o el trastorno obsesivo-compulsivo puede mejorar tanto la adherencia al tratamiento como los resultados clínicos.
¿Y cómo actúan estos fármacos? Entre otros mecanismos, modulan la concentración de neurotransmisores y afectan a segundos mensajeros o receptores celulares. Su efecto se produce en la corteza cerebral y también en zonas profundas del cerebro encargadas de regular emociones, recuerdos y afectividad. En otras palabras: son herramientas útiles, pero requieren un uso bien orientado.
En definitiva, la salud mental no puede seguir siendo una asignatura pendiente. No solo se trata de aliviar el sufrimiento de miles de personas, sino que también se trata también de construir un sistema sanitario más justo, más eficiente y más humano. Por todo ello, invertir en prevención, diagnóstico y tratamiento no es solo una cuestión de urgencia, sino que es también una inversión inteligente para el futuro del país.