El sistema inmunitario es el sistema de defensa que protege nuestro organismo de ataques externos y que debemos cuidar siempre: en situaciones de normalidad o de emergencia sanitaria y a lo largo de toda nuestra vida. Las defensas protegen al cuerpo humano de las amenazas que proceden de elementos físicos, como los virus y las bacterias, y de elementos psicológicos, como el estrés y la tensión que, en este periodo de inseguridad que vivimos, pueden agravarse.
¿Qué es y cómo actúa?
Las evidencias científicas dejan claro que contar con un sistema inmunitario fuerte reduce el riesgo de padecer complicaciones patológicas. Por lo tanto, es fundamental que comprendamos su composición y funcionamiento y de qué manera nosotros mismos podemos ayudar a mejorarlo.
El sistema inmunitario está formado por un conjunto de órganos, como la médula ósea, el timo, los ganglios linfáticos, el bazo, las amígdalas y la propia piel. Todos ellos, junto con determinadas células del sistema inmunitario, y barreras físicas, tales como los epitelios o capas de revestimiento de los órganos del aparato respiratorio y gastrointestinal, garantizan un buen funcionamiento de este sistema de defensa. En determinadas situaciones, estos ‘centinelas’ pueden verse sometidos a duras pruebas y el sistema de defensa del organismo puede perder su equilibrio óptimo, la denominada homeostasis, incrementado la vulnerabilidad del cuerpo frente a las infecciones.
El sistema inmunitario actúa de dos formas diferentes frente a los ataques externos: a través de la inmunidad innata y de la inmunidad adaptativa o adquirida. La primera es de tipo inespecífico y está presente desde nuestro nacimiento. Se caracteriza por mecanismos de defensa preparados para funcionar incluso antes de que llegue el agresor y su labor consiste en responder con rapidez a las infecciones. Es el caso de los neutrófilos que forman parte de las primeras células que intervienen para curar rasguños y heridas de la piel. Sin embargo, este tipo de inmunidad no puede responder de una forma concreta ante agentes patógenos, por lo que interviene también la segunda forma de inmunidad.
La inmunidad adquirida necesita más tiempo para desarrollarse y para protegernos y está diseñada para responder ante determinados antígenos y eliminarlos. Una vez instaurada, este tipo de inmunidad dura toda la vida. Gracias a la función “memoria” que posee, su eficacia aumenta cada vez que un determinado patógeno se presenta de nuevo. Lucha contra los microbios fabricando anticuerpos que se unen a los primeros bloqueando su capacidad de infectar las células organismo humano.
¿Por qué disminuyen nuestras defensas inmunitarias?
Entre las causas que provocan la reducción de las defensas inmunitarias se incluyen los cambios de estación, las variaciones de temperatura, el estrés psíquico y físico, una alimentación no adecuada, la falta de sueño, una actividad deportiva no adaptada a cada uno o un consumo excesivo de medicamentos.
La bajada de las defensas puede afectar a todos los grupos de edad, si bien los más sensibles son los niños y las personas mayores. De hecho, el sistema inmunitario de los niños no siempre puede defenderse de manera adecuada, incluso sin que haya un trastorno real, ya que nacen con un funcionamiento incompleto del mismo, se va desarrollando lentamente y su eficacia total se alcanza durante los primeros tres o cuatro años de vida. Por ello, los más pequeños suelen verse afectados de afecciones respiratorias recurrentes, como dolor de garganta, nariz tapada o resfriado, incluso más de 12 veces al año.
Al reconocer una bajada de defensas, nuestro organismo lanza mensajes de alarma que nos advierten de que necesita ayuda. Normalmente, aparecen síntomas poco específicos, como cansancio físico y mental e, incluso, y algunas manifestaciones en la piel. En estos casos, se recomienda poner en marcha una estrategia saludable que incluya una mejora de hábitos en la alimentación, el estilo de vida e incorpore una cierta actividad física adecuada a nuestra edad, además de consultar al médico para que nos guíe o establezca unas pautas que nos ayuden.
Una dieta equilibrada clave para nuestras defensas
La alimentación tiene un papel fundamental para mantener nuestras defensas inmunitarias, a cualquier edad, y nunca deberían faltar alimentos de calidad ricos en minerales y vitaminas en nuestra dieta, que debería incluir pescado, carne y huevos, además de las habituales raciones de fruta, fresca o en batidos o zumos, y verdura, obtenida preferiblemente de procesos agrícolas sostenibles respetuosos con el medio ambiente y la biodiversidad.
Con una dieta equilibrada, el organismo puede incorporar minerales, como cobre, zinc y selenio, y de todo el complejo de vitaminas B, B1, B6 y vitamina D. También es recomendables incluir frutos secos, como nueces o cacahuetes sin sal.
Las sustancias vegetales: otro aliado más
Las sustancias vegetales pueden ser también de gran ayuda para mantener o aumentar las defensas del organismo, independientemente de la edad, aunque se recomienda consultar siempre con un profesional de la salud antes de consumirlas. Existen plantas medicinales, como la equinácea pálida, el saúco, la malva y la uña de gato, cuya acción sinérgica se ha demostrado eficaz para ayudar a las defensas naturales del organismo. En concreto, su acción resulta de gran utilidad en la prevención (limita la recurrencia de episodios infecciosos) y en el apoyo al tratamiento en fases agudas (con una acción inmunomodulante, antiinflamatoria y antioxidante).
En lo que respecta a los niños, en algunos casos, puede resultar útil proporcionarles sustancias que ayuden a su sistema inmunitario a trabajar mejor sin estimularlo en exceso y, sobre todo, sin alterar su funcionamiento. La equinácea, en combinación con la malva y el saúco, puede utilizarse con niños para reforzar su sistema inmunitario. Este tipo de combinación puede ser útil tanto para prevenir infecciones, disminuyéndolas, como para ayudar al sistema inmunitario durante las recaídas. La utilidad de estas plantas en la homeostasis del organismo y su sistema de defensa deriva de la acción sinérgica de las numerosas sustancias que incluyen entre las que se encuentran los polisacáridos y los flavonoides.
Actualmente, la investigación científica, en concreto la metabolómica, es capaz de identificar dichas sustancias. Además, gracias a la tecnología y metodología de la Biología de Sistemas se puede entender la forma en la que interactúan, en sinergia entre ellas, con la complejidad del organismo y sus vías fisiológicas. Una vez identificadas y analizadas, resulta importante extraer y concentrar dichas sustancias mediante tecnologías avanzadas que garanticen su seguridad y naturalidad.
Asimismo, los avances científicos conseguidos hasta hoy en el estudio de las sustancias vegetales permiten establecer su eficacia y seguridad. De hecho, ha sido posible trasladarlas del campo tradicional al de la Medicina basada en la Evidencia (Evidence Based Medicine) y la Medicina de Sistemas (System Medicine), la nueva frontera médica interdisciplinar que estudia los sistemas del cuerpo humano como parte de un todo integrado, incorporando interacciones bioquímicas, fisiológicas y ambientales.