| viernes, 09 de octubre de 2009 h |

Yolanda Martínez Doctora en Periodismo y Profesora de la UCM

No es ninguna novedad, pero sigue siendo noticia, el resultado de un estudio que muestra que un 20 por ciento de los españoles no comprueba la caducidad de los medicamentos que tiene en el botiquín de su casa. Y consideramos que no es un hecho novedoso, porque cada vez que estudiamos los comportamientos de los usuarios españoles en materia de salud comprobamos las grandes carencias formativas que existen. El diagnóstico nos muestra el problema pero, sin embargo, no acabamos de dar con la tecla que lo solucione.

Desde mediados del siglo XX hemos venido asistiendo a una aceleración, casi inimaginable, de los avances en los conocimientos científicos y médicos. Pero lejos de comprobar que la ciudadanía de los denominados países industrializados iba adaptándose a esos hallazgos se ha puesto de manifiesto la existencia de un gran foso entre los conceptos ‘ciencia’ y ‘sociedad’.

Obviamente es un gran reto conseguir que temas complejos se hagan accesibles al gran público, pero lo cierto es que da la impresión de que o no lo intentamos o fallamos en la vía de comunicarlos. Una y otra vez se ha achacado a los medios de comunicación la incapacidad para difundir los avances científicos sin darnos cuenta de que éstos tienen una labor importante pero que, sin embargo, se puede calificar de residual para tal finalidad.

Por otro lado, si hay algo que queda evidenciado a la hora de planificar la difusión de esos conocimientos o cualesquiera otros es que ha de hacerse de forma pautada, planificada, estable y progresiva. O lo que es lo mismo, hacerlo dentro del ámbito educativo.

Los datos que nos ha dado a conocer el estudio sobre medicamento y medio ambiente elaborado por Sigre aportan información muy interesante sobre la incongruencia entre conocimientos y hábitos. Por ejemplo, se observa que pese a que el 73 por ciento de los ciudadanos creen que utilizar posteriormente estos medicamentos para automedicarse puede entrañar algún riesgo para su salud; o que el 54 por ciento de los hogares guarda en el botiquín doméstico las dosis sobrantes de un tratamiento finalizado.

Además, se sabe que en el 85 por ciento de los domicilios españoles se revisa al menos una vez al año el contenido de su botiquín, pero eso no implica que las decisiones que adoptan posteriormente sean correctas. Hay que tener en cuenta que aproximadamente un 60 por ciento de los ciudadanos españoles depositan los envases que desechan en los puntos destinados para un correcto tratamiento medioambiental dentro de las oficinas de farmacia. Obviamente, parece que aún queda un largo trecho para que los conocimientos calen dentro de la sociedad de nuestro país para que los hábitos se asuman como propios.

Queda claro que la labor de información constante que se realiza dentro de las oficinas de farmacia españolas es un punto esencial en la difusión de lo que deben ser comportamientos coherentes en relación con el consumo de medicamentos y la eliminación de las unidades residuales. Pero falta algo más.

Y quizá sería una buena iniciativa que los gestores de las administraciones central y autonómicas aprovechen los convenios que se han suscrito recientemente en algunas comunidades autónomas para la prevención y control del consumo de drogas en los centros de enseñanza para ampliar esos objetivos e incluir otros más ambiciosos como es la educación para la salud.

Si no se consigue formar desde la escuela, no se obtendrán conocimientos que calen en los niños y adolescentes. Si se hace correctamente tan solo habrá que dar periódicamente “dosis de recuerdo” a través de campañas publicitarias o contenidos informativos en los medios y nuestros adultos del mañana estarán inmunizados contra la ignorancia sanitaria.

Sin embargo, considero que esta vacuna del conocimiento, la información y la formación tienen que administrarse ya entre los ciudadanos españoles. Y esa vacunación debe empezar en las aulas, después será tarde.