Yolanda Martínez Doctora en Periodismo y Profesora de la UCM
Un farmacéutico dispensó hace varias décadas dos productos para tratar a una mujer que padecía dolores en la espalda: un antiinflamatorio en comprimidos y linimento de Sloan. El esposo acudió alarmado a preguntar al farmacéutico qué podía hacer para aliviar el sufrimiento de ella tras darle friegas en el ‘interin’ con el benéfico líquido. El médico le prescribió las pastillas y que, en el interin, se aplicara masajes con el linimento en la zona lumbar. El marido lo entendió mal. El nivel cultural medio de la sociedad se ha elevado, pero aún muchos mensajes necesitan ser explicados por expertos sanitarios.
Cuando acudimos al médico la información no la percibimos correctamente porque estamos enfermos y no manejamos los mismos términos que los facultativos. La posibilidad de acudir al farmacéutico para que nos proporcione consejo y podamos resolver dudas, facilitará el seguimiento del tratamiento. En eso se basa la Atención Farmacéutica, que es un proceso cooperativo para la provisión responsable de terapia farmacológica a un paciente considerado individualmente. Buscar, prevenir y resolver problemas relacionados con medicamentos, para alcanzar los resultados de salud esperados y mejorar la calidad de vida del paciente.
No hace falta ser especialmente sagaz para comprender que la dispensación es un acto profesional que, además de la entrega del medicamento, pretende proteger al paciente. Y no se trata de suplantar la labor del médico, porque cada uno tiene su papel asistencial. Acabamos de conocer un estudio publicado en Archives of Internal Medicine, que muestra que los farmacéuticos que destinan tiempo adicional para hablar con los pacientes cardiacos sobre sus medicamentos y buscar posibles errores en su uso. El equipo del doctor Michael Murray, de la University of North Carolina, evaluó el efecto de un programa que entrenó a los farmacéuticos para prevenir los errores vinculados con el consumo de fármacos. Los investigadores analizaron a 800 personas con insuficiencia cardiaca o presión arterial elevada. Un grupo trabajó con farmacéuticos que habían sido entrenados para instruir a los pacientes sobre el uso adecuado de sus medicinas. El otro recibió medicación de farmacéuticos sin entrenamiento especial. ¿Los resultados? Los que recibieron sus medicinas de farmacéuticos entrenados tenían un 35 por ciento menos de riesgo de padecer reacciones farmacológicas adversas y un 37 por ciento menos de peligros de cometer errores con los medicamentos.
¡Cuánta incomodidad se hubiera ahorrado en su ‘interin’ la pobre señora si su esposo le hubiera preguntado al farmacéutico cómo tenía que aplicar el linimento de Sloan!