Ana Céspedes es directora de Asuntos
Corporativos de Merck España
El compromiso tradicional de las compañías farmacéuticas con la calidad en la producción ha ido evolucionando y actualmente se extiende cada vez más a la totalidad de la organización y al conjunto de sus actividades, en un esfuerzo por regir sus tareas cotidianas según el principio de mejora continua. Cada vez más, las organizaciones son conscientes de que la función de calidad aporta un valor añadido sustancial a las compañías donde se incorpora, ya que implica a la totalidad de la organización y al conjunto de sus actividades y la orienta hacia la excelencia en su actividad.
Para garantizar el cumplimiento de las GxPs (Good Manufacturing Practices, Good Clinical Practices, Good Distribution Practices…) y otras normativas internacionales, el sector farmacéutico ha considerado siempre imprescindible contar con sistemas de calidad sólidos que trabajen de manera conjunta y coordinada para ser capaces de adaptar rápidamente la dinámica de la organización a los cambios del mercado y de la legislación. La calidad, entendida de forma global, es un sinónimo de buen trabajo. Por lo tanto, es aplicable desde la producción de los medicamentos hasta el diseño de la estrategia corporativa, pasando por las labores administrativas y de gestión.
Los modelos de calidad, orientados a conseguir la excelencia, son una gran ayuda para establecer objetivos de calidad y medir el grado de su consecución. La adhesión a estos modelos y a las normas de la familia ISO 9.000 es la tendencia dominante del sector farmacéutico, que reconoce el valor de estas guías para regular ciertas actividades y conseguir el reconocimiento público de una entidad independiente.
Alcanzar una visión global de la calidad de la industria farmacéutica es uno de los mayores retos a los que se enfrentan las compañías del sector, que dependen en gran parte de su capacidad de innovación y de la calidad de sus procesos para mantener el éxito y la competitividad en el medio y largo plazo.
