Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
El territorio es muy hostil y no hay día en que los enemigos no intenten lanzarse al cuello de la apetecible presa. Unas veces, los ataques proceden del flanco abierto por otras entidades profesionales, y el último ejemplo de ello es la apuesta sonrojante de la Organización Médica Colegial (OMC) por extender la prescripción por principio activo, con el único fin de enterrar la atención farmacéutica. En otras ocasiones, la agresión procede de un sector de la industria de los medicamentos ávido de adueñarse de la porción comercial del pastel correspondiente a boticarios y distribuidores. Y tampoco son infrecuentes las intrusiones las multinacionales de la distribución, deseosas de introducirse en el atractivo segmento de los fármacos con fines meramente lucrativos. Pero los enemigos no proceden sólo del bando del sector privado o profesional. La Administración también está al acecho, y tampoco hay semana en que no se intensifiquen los rumores acerca de una posible liberalización, por parte del Ministerio de Industria, del mercado de las especialidades farmacéuticas publicitarias (EFP) o en la que no resuenen los tambores de una rebaja unilateral de márgenes comerciales por parte del Ministerio de Sanidad y Consumo para hacer frente a los efectos de la crisis y a la merma de ingresos fiscales que sufren las comunidades autónomas.
Por esto, y por muchos motivos más, como la ofensiva liberalizadora con la que amenaza desde hace meses el euroburócrata McCreevy, Charlie para sus amigos, resulta incomprensible que las farmacias españolas no transmitan al exterior una imagen de unidad, sin fisuras, y que la distribución no cuente con una patronal seria férrea y profesionalizada, al estilo de lo que Farmaindustria representa para los laboratorios que operan en España. Llegados a este punto, y analizada la magnitud de los ataques y la procedencia de los mismos, sería deseable que todo el sector se aglutinara en torno al Consejo General de Farmacéuticos y de su actual presidente, Pedro Capilla, al que se le pueden reprochar pasados fallos de cálculo y de estrategia, o algunas actuaciones puntuales, pero jamás su honradez y su inquebrantable defensa de la profesión. Otro gallo les cantaría a los médicos si tuvieran a un Capilla al frente de la OMC, en lugar del desaparecido Isacio Siguero. Y otro gallo les cantaría a las empresas que distribuyen los medicamentos si Fedifar fuera un lobby con capacidad de influencia en todos los ámbitos de la sanidad, en lugar de mostrarse como un campo de batalla de intereses particulares que en nada benefician al sector.
Resulta de todo punto incomprensible que mientras arrecia la lluvia sobre el mundo farmacéutico, Asecofarma se niegue a asumir la razonable hoja de ruta que ha dibujado Cofares para la patronal, y que las empresas que operan en la distribución se vean en la obligación de enfrentarse en solitario a sus enemigos, sin contar con apenas medios para defenderse. Urge pues una unidad total en torno a Fedifar, y urge que se impongan una mentalidad común y global frente a los egoísmos individuales. La supervivencia del modelo depende de ello.