Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’ | viernes, 20 de julio de 2012 h |

Todo va a cambiar y el pasado no volverá. La crisis ha terminado arrastrándolo como si fuera lodo

¿Qué miembro del Gobierno quiere dar una última vuelta de tuerca a los laboratorios, y asegura a sus colegas de gabinete que todavía hay margen de ahorro por esta vía?

¿Qué candidato a la dirección general de Farmacia tenía como afición hacerse pasar por enfermo para ver cómo funcionaban las urgencias de los hospitales que ha dirigido?

¿Qué ex consejero de Sanidad del PSOE que despotrica contra el desmantelamiento del Estado del Bienestar tenía una televisión Loewe en su despacho, pagada con dinero público?

¿Qué consejero de Sanidad se pasea con todo tipo de ínfulas y se rodea siempre de un séquito de al menos cuatro colaboradores?

Podemos culpar a Alemania, sostener que Grecia es el detonante de todos los males o decir que los mercados, atestados de tiburones, pretenden devorarnos con especial saña. Sin embargo, nos engañaríamos a nosotros mismos. Estas excusas son falsas y no valen. Hay que llamar a las cosas por su nombre. España está prácticamente en quiebra. Así de claro. En octubre o noviembre, según evolucione la prima de riesgo y salvo que medie un milagro, el país no podrá afrontar más pagos. Desembolsar por la deuda un 7 por ciento de interés nos está haciendo trizas, pero es lo que toca para poder obtener dinero. Y no nos lo prestan a un interés más bajo porque nadie se fía. Las cuentas son difusas, y nuestros ingresos son mucho menores que los gastos. El temor de los prestamistas a no cobrar lo que les corresponde es mayúsculo. De ahí que hayan cerrado el grifo. En estas condiciones, España no puede satisfacer los servicios que venía prestando a sus ciudadanos, y debe remodelarse. Nadie puede vivir como un rico cuando es pobre. Sobre todo, porque no hay dinero para pagarlo. La crisis actual es definitiva. La peor desde la posguerra. Posiblemente, más intensa que la del 29. Es una pescadilla que se muerde la cola que va a hacer saltar por los aires el Estado del Bienestar. El que no quiera verlo ni entenderlo es que está ciego.

Llama la atención que el partido que ha precipitado tal situación con su torpe política económica y su miopía manifiesta clame ahora por el derrumbe de la Sanidad. Ya fue advertido y no hizo nada. Negó la mayor pensando que, si lo ignoraba, el problema desaparecería por sí solo. A eso se le llama estulticia. Y llama la atención también que el partido que tenía que arreglarlo haya empezado la casa por el tejado y no haya remodelado aún la estructura administrativa del país. Cada diputación suprimida, cada puesto de senador amortizado, cada parlamento autonómico cerrado o cada órgano del tipo Consejo de Estado desmontado equivalen a más dinero para preservar una parte de la Sanidad. Es como la ‘lista de Schindler’, pero en versión económica. Y no lo ha hecho. En su debe queda.

Habrá un antes y un después de todo esto. Las prestaciones gratuitas serán mínimas. Las contrataciones de sanitarios, también. Habrá que trabajar más por mucho menos. Y España perderá el poco atractivo que quedaba para las empresas. El panorama que viene encima es demoledor. Salvo que el ajuste se complete por la vía rápida y la economía se reequilibre antes de tiempo, los próximos tres años serán nefastos. El modelo público tradicional está condenado a la extinción. Y los médicos tendrán que formarse por sí mismos: aquellos congresos suntuosos en países exóticos serán cosa del pasado. La medicina empeorará. Una vez abierta la espita, habrá también más copago, más autocuidado de la salud y más competencia entre empresas. Una competencia feroz y brutal. Todo va a cambiar y el pasado no volverá. La crisis ha terminado arrastrándolo como si fuera lodo.