El giro debe ser radical para que la Sanidad pueda perdurar durante años, y quede blindada ante los caprichos
¿Por qué son solo los recortes acordados la antesala de otros más profundos que afectarán a toda la Sanidad en bloque?
¿Calculó Sanidad cuánto costaría instaurar el copago según la renta?
¿Qué alto cargo de Sanidad se obstina en aplicar una particular vendetta contra los laboratorios que coquetearon con el subastazo?
¿Ha detectado Sanidad algún agujero en la Agencia Española de Seguridad Alimentaria?
¿Cuánto cuestan las deficiencias estructurales de la lujosa sede de la Consejería de Sanidad de Castilla-La Mancha que construyó el PSOE?
Ha llegado la hora crítica. La hora de actuar. La hora de la reforma. Pero de la reforma de verdad, no de la de mentirijillas. Después de marear la perdiz durante años, de intentar cazar elefantes con balas de fogueo y de proclamar henchidas de orgullo que el sistema era poco más o menos que indestructible, las autoridades han caído ahora en la cuenta de que toca renovarse o morir, de que hay que practicar a la Sanidad un lavado de cara de arriba a abajo y de que son necesarias reformas estructurales que pongan orden en tanto caos, acaben con las ineficiencias y, de paso, permitan apuntalar una estructura que está a punto de desmoronarse por culpa de la estulticia de los que vivieron de ella. No. La Sanidad no puede seguir como está. Es insostenible y se encuentra en quiebra, en bancarrota o como quiera denominársele. Han tenido que ser las advertencias lanzadas desde Europa, el alza disparatada de la prima de riesgo hasta niveles inasumibles para el país, y la imposibilidad matemática a la hora de cuadrar las cuentas las razones para que a las autoridades se les ilumine el cerebro y se animen a acometer por fin lo que no tuvieron redaños a hacer en los tiempos de bonanza.
No se trata únicamente de conseguir 7.000 millones más, porque, puestos a hacer números, la deuda total podría superar ya los 16.500 millones. Se trata de dar un giro copernicano, de recortar en futilidades para seguir ofreciendo lo esencial y, si es posible, a menor precio. Y se trata también de racionalizar un modelo que, por mucho que nos vendan, vulnera todas las normas del sentido común y del raciocinio, es fuente de dispendio y de derroche, y adolece de una gestión nefasta, fruto de unas reglas arcaicas y trasnochadas, que apenas se han renovado en 25 años.
La cacareada reforma del sistema sanitario español debe darle a este un giro copernicano, porque si no, los remedios de hoy serán hambre para mañana. Y no valen parches ni medias tintas. Ni reparos mojigatos de un PSOE que empujó al abismo al modelo con una política económica nefasta. El giro debe ser radical para que la Sanidad pueda perdurar durante años, y quede blindada ante los caprichos de los ciclos económicos. Desgraciadamente, es tan honda la ruina en la que está sumida España, que cualquier medida resultará corta. Por eso hay que ser sinceros y valientes. Si hay que cobrar los fármacos de menos de cuatro euros, pues se cobran. Si hay que eliminar prestaciones accesorias para pagar otras prioritarias, pues se suprimen. Si hay que extender el céntimo sanitario a toda España, pues se extiende. Si hay que cobrar la hostelería hospitalaria al precio que el paciente pagaría en su casa por la comida, pues se cobra. Y si hay que cambiar de arriba a abajo el régimen estatutario para premiar al sanitario esforzado y castigar al holgazán, pues se cambia. Todo lo que se haga en estos momentos es poco, aunque parezca mucho. No hay un euro y la Sanidad se va por el desagüe. O alguien pone un tapón, o desaparecerá el modelo actual, víctima de la miopía política y de la crisis. Más vale reformar que morir.