Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Vaya por delante que en una escala del cero al diez, mi valoración de los hospitales privados se detendría en el cinco raspado. Con todos sus defectos, la red de centros de la sanidad pública es tan excelsa en España, que a su lado las clínicas privadas quedan empequeñecidas. Tampoco beneficia en nada a su imagen su empeño, lógico por otra parte, de hacer caja y ganar dinero. Para eso se crearon. A pesar de ello, toca ahora salir en su defensa. Al menos, de esa parte seria del sector que crea empleo y lucha por levantar cabeza sacrificando ganancias en aras de la excelencia. En un momento de crisis como el actual, en el que cada día se disparan el número de desempleados y las deslocalizaciones de las empresas, y en el que el capital riesgo huye en busca de latitudes más amables con las inversiones, no es de recibo que las compañías que operan en la sanidad privada tengan encima que soportar peajes, canonjías o impuestos revolucionarios. Depende de cómo se les quiera llamar.
No. No es admisible, aunque pueda resultar legal, que a pesar de moverse en un entorno tan hostil como en el que se hallan, en el que las facilidades administrativas resultan tan escasas y en el que los márgenes de beneficio son tan estrechos que apenas compensan las brutales inversiones efectuadas en los inicios, llegue de pronto una sociedad de gestión de derechos intelectuales y desate contra ellas una campaña de acoso y derribo para arañarles unos euros por el simple hecho de tener televisión en sus salas. Televisión que, por cierto, ven los enfermos o los familiares que les acompañan. Un uso que poco tiene de lúdico y sí mucho de compasivo, si se permite traer a colación dicha expresión.
La sociedad de gestión que pretende satisfacer tal voracidad recaudatoria no es la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), pero es prima hermana de la misma. Se llama Artistas, Intérpretes, Sociedad de Gestión, Aisge, en la jerga de las siglas ininteligibles, y la preside Pilar Bardem, actriz de todos conocida más que por sus películas, por su campaña contra la guerra de Irak y su silencio sobre Afganistán, escenario bélico del momento presente. Las espadas están en todo lo alto, y Aisge apela a la ley para que la Federación Nacional de Clínicas Privadas diga a sus asociados que se retraten. Como aviso, desde la asociación presidida por Bardem (madre) se ha demandado ya a la Clínica Santa Isabel de Sevilla. Y como gracia, el recaudador oficial de tal entidad se aviene a negociar la cuantía del canon en base a las tarifas oficiales. Aunque no parecen muy elevadas, calculen el número medio de habitaciones que tienen los hospitales y clínicas privadas que existen en España y multiplíquenlas por el número de estos últimos. Al final, el resultado es un pastizal. Pastizal que, obviamente, las empresas trasladarán a sus clientes, es decir, a los pacientes, encareciendo el servicio y mermando la competitividad. No es más que otro ejemplo más de que otro palo más se ha colocado en la rueda de la economía para satisfacer no se sabe aún a quién.
Preguntas sin respuesta
¿Qué alto cargo del Ministerio es apodado por los funcionarios como ‘El farandulero’, por acudir durante los últimos tiempos a actos sin trascendencia sanitaria alguna, en los que está presente la industria?
¿Qué compañía informática mueve los hilos de una fundación que ha multiplicado su presencia en el ámbito sanitario? ¿Por qué?
¿Qué alto cargo del ministerio está siendo blanco especial de las críticas de las comunidades socialistas durante los últimos meses? ¿Por qué le tiene especial inquina Andalucía?
¿Qué mujer que ocupa un altísimo cargo en el ministerio está hasta las narices de María Jesús Montero y reconoce que prefiere incluso negociar antes con el PP que con Andalucía?