Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
McCreevy, Charlie para sus amigos, se ha llevado un rapapolvo de muy señor mío. El que han recibido los amigos de Charlie, el señor McCreevy de acuerdo con la terminología al uso en la abotargada Europa de los mercachifles y de los burócratas adocenados, ha sido mayor aún. Algunos andan incluso en nuestro país renqueando y sin dar crédito ante lo que sucede, temerosos unos de que el negocio en ciernes se les vaya al traste, y pesarosos otros por quedarse casi sin opciones de cargar sobre las instancias europeas lo que quisieran promover aquí, en el Reino de España, y no se atreven a hacer: la liberalización de las farmacias. Pues sí. La decisión del abogado general del Tribunal de Luxemburgo Yves Bot, que gana ya en enemigos a McCreevy, ha dado un revolcón a los que abogan por dejar las boticas en manos de multinacionales y otros entes de capital ajeno al sector. En su opinión, grosso modo, ha de prevalecer siempre el abastecimiento adecuado de los medicamentos a la población sobre otras premisas particulares y, por tanto, secundarias, como las de la propiedad.
Da por ello la razón a las farmacias italianas y alemanas, y a los gobiernos que las defienden, y sienta el principio de que las supuestas restricciones a la libertad de movimiento de las personas físicas o jurídicas que desean abrir o adquirir boticas “está justificada” en los casos analizados, que son similares al que acaece en España. Según Bot, “el obstáculo comprobado no infringe el Derecho Comunitario porque la restricción a la libertad de establecimiento está justificada por el objetivo de la protección a la salud pública”. Se trata de un revés y un duro varapalo para los que como McCreevy pretenden mercadear con una labor sanitaria de primer orden como es la de dispensar y distribuir los fármacos a toda una población, con independencia del lugar en que ésta se encuentre, por remoto que sea. Labor, por cierto, que es desplegada con una nota de sobresaliente por las boticas y las cooperativas de capital español que operan en nuestro país.
Aunque las tesis de Bot son favorables al actual modelo de farmacias que rige en España, y deberían acallar a los ultraliberalizadores que campean por la Comisión, nadie debe aún lanzar las campanas al vuelo. El entramado de intereses y el empeño de McCreevy en satisfacerlo son tales, que la ofensiva se reanudará en breve. A buen seguro, Charlie y sus amigos, que son muchos y poderosos, volverán a la carga antes de que expire el mandato del comisario, que sabe del enorme frío que hace en el mercado cuando se agota un millonario empleo público como el que ostenta. Su futuro laboral terminará dictando sentencia sobre las razones que le llevaron a atacar de tal forma a la farmacia. Ahora, sólo cabe esperar y preparar una buena defensa, con la ayuda del Gobierno, que a la vista del informe del abogado europeo, carece ya de excusas para no mojarse ante la Comisión. Tampoco estaría mal que en esta faena apoyasen un poco los eurodiputados socialistas, tan díscolos, tan distantes y tan ufanos ellos. La farmacia española se lo agradecerá.