Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
El que avisa no es traidor. Durante meses se han denunciado aquí la inconsistencia, la política basada en dar palos de ciego y los errores de la cúpula de la Organización Médica Colegial (OMC), y el Congreso de los Diputados no ha hecho sino refrendar lo dicho punto por punto. En una votación sin precedentes, todos los partidos de la Cámara Baja han abierto la puerta a la llamada “prescripción enfermera”, al apoyar una proposición de ley presentada por el Grupo Socialista para permitir tal práctica. Sin precedentes, porque rara vez en las dos últimas legislaturas se había producido tal grado de unanimidad en el hemiciclo en torno a una cuestión, y también porque pocas veces antes en la reciente historia parlamentaria había cosechado tal fracaso una organización en su labor de lobby ante los diputados: a pesar de las diatribas lanzadas por varios miembros de la permanente de la OMC, y de la postrera carta enviada a todos los grupos por el flamante presidente de la corporación, Juan José Rodríguez Sendín, ni un solo diputado —se dice pronto— se ha hecho eco de sus demandas y ha votado en contra de ampliar el abanico de la prescripción. Así se escribe la historia para los sufridos médicos de a pie.
Frente a la errática y contradictoria defensa que ha planteado la OMC en un asunto en el que probablemente le asiste la razón, la actuación de Máximo González Jurado ha sido impecable al frente de los colegios de enfermería. Durante meses, la sede de su entidad renunció a dilapidar su tiempo en absurdas guerras intestinas y en prodigarse en fuegos de artificio, y en su lugar se ha dedicado en cuerpo y alma al objetivo de lograr la prescripción alternativa: cuando no suministraba información fidedigna a la prensa sobre las recetas no médicas en otros países, el líder de los enfermeros negociaba de forma personal con diputados, senadores y consejerías de distinto signo político. Su elocuencia debió ser manifiesta, pues ni socialistas, ni populares, ni nacionalistas han osado desestimar tales propuestas. Su éxito ha sido, pues, el fruto un meticuloso trabajo al servicio de sus representados.
El varapalo sufrido por la OMC debe servir de lección a una renovada cúpula que no queda exenta de responsabilidad, pues muchos de los que la configuran formaban parte del equipo de Isacio Siguero que trató de frenar, en vano, a González Jurado. La nueva OMC debe efectuar ahora un ejercicio de reflexión, y hacer de la necesidad virtud, ya que el debate de las recetas enfermeras no está en la calle ni en las consultas. Perdidas las batallas de la prescripción alternativa y de la Atención Farmacéutica, en la que Pedro Capilla y muchos presidentes provinciales de farmacia han dado otra lección de trabajo, Rodríguez Sendín y sus lugartenientes han de centrarse en devolver el lustre a la desprestigiada OMC y convertirla en un referente. La primera oportunidad que se les presenta está en la demanda presentada por la ex secretaria general del Colegio de Médicos de Madrid Cristina Martínez contra Juliana Fariña y su Junta. Dar la razón a la presidenta sería una muestra de corporativismo rancio que no entendería la profesión.
¿Qué alto cargo del ministerio vinculado a la farmacia anda con la mosca detrás de la oreja y teme que los cambios de Trinidad Jiménez lleguen a afectarle, pese a la continuidad de José Martínez Olmos?
¿Qué miembros de la llamada Red Municipal de Salud que protestan contra Juan José Güemes participaron en un acto en la sede de la OMC, en la que el maestro de ceremonias era Juan José Rodríguez Sendín, cuando Isacio Siguero actuaba aún como presidente?
¿Por qué Ángel Oso, vocal de Jubilados del Colegio, se puso a “disposición” de Gabriel Núñez, de Uniteco, para cualquier “precisión” que necesitara éste en relación a los informes sobre las compañías de seguros de asistencia sanitaria? ¿Por qué hace informes de este tipo un vocal de Jubilados, en lugar de la vocal de Asistencia Colectiva?