Vladimir de Semir es director del Observatorio de la Comunicación Científica y Médica (UPF)
El caso de Javier, el niño que ha nacido con la voluntad de sus padres para que unas células de su cordón umbilical ayuden a curar a un hermano afectado de una talasemia sin esperanza, reaviva el debate sobre los límites éticos de los avances del conocimiento científico. Las biotecnologías son una de las áreas científicas, tecnológicas y de innovación de más rápido crecimiento y también con una preeminente presencia en el debate público de las ciencias. Tanto en su vertiente biomédica como en sus aplicaciones agroalimentarias, plantean en expectativas, por un lado, claramente positivas y, por otro, reservas que llegan en algunos casos hasta la oposición social.
La sociedad europea de principios del siglo XXI no se caracteriza por actitudes negativas o resistencias generalizadas ante las ciencias, más bien por actitudes de interés, confianza y de optimismo hacia el futuro. Pero éste convive con actitudes ambivalentes sobre algunas aplicaciones científicas. Así, la opinión pública discrimina en general entre los dos campos más relevantes de utilización de las biotecnologías: la investigación para futuras aplicaciones médicas y la vinculada a los organismos genéticamente modificados. Consideraciones éticas a un lado, la biotecnología médica es generalmente bien aceptada, pero la agroalimentaria es puesta en discusión. Seguramente, la ‘manipulación genética’, con su connotación semántica negativa, tiene una parte de culpa de que sea rechazada por algunos sectores. Es probable que la referencia a una malsonante ‘manipulación’ funcione como símbolo cultural y despierte temores, pero no hay duda que en buena parte se debe al desconocimiento que se tiene de la biología y a una fuerte y determinada carga ideológica preexistente.
La innovación científica debe convivir con los argumentos de las normas y de la regulación en la introducción de las nuevas tecnologías que la sociedad quiera otorgarse. Una vez sentada esta base, la información tiene tanta o más importancia que la propia capacidad innovadora. La opinión pública es esencial para llevar a buen puerto cualquier avance científico y técnico. Contra la mistificación del debate ideológico sólo son válidos los argumentos de la educación, la cultura y del conocimiento científico. Las razones religiosas e ideológicas deberían mantenerse al margen y ser sólo aplicables a la voluntad individual y colectiva de quienes así lo quieran porque profesan unas creencias, respetables, pero no por ello generalizables por mediación de la imposición a la sociedad.