| viernes, 25 de octubre de 2013 h |

Se dice que a cierta edad cada cual tiene la cara que merece. Soy un firme convencido de que esto también es cierto en lo que respecta a muchas otras osas, y entre ellas, a la farmacia, que se debate en la transición desde esa tierra de nadie en la que ahora está inmersa, a migrar hacia un modelo comercial de márgenes, gestión y tarjetas de fidelización, o hacia otro sanitario, en el que el conocimiento del profesional y su capacidad de resolver problemas de salud sea el eje de su actuación.

Aunque se habla mucho de nuestra profesionalidad en función de que su modelo de planificación sea anglosajón o mediterráneo, esto no es una más de las falacias que nuestro lampedusiano Tea Party farmacéutico lanza para que nada cambie. Lo único cierto es que cuanto más desarrollo tiene un país, sus profesionales y los establecimientos en los que ejercen, adquieren más responsabilidades sanitarias amparados por la ley. España y los países latinos se asemejan demasiado en los prejuicios de los políticos, de otras profesiones de salud y de los propios miembros de la comunidad farmacéutica (facultades, profesionales y sus dirigentes), que chapotean entre celos y baja autoestima. Cuestiones del subdesarrollo.

La comunidad latinoamericana está en un proceso de crecimiento y desarrollo que, por coyuntural, no tiene el mismo nivel de desenvolvimiento para los profesionales. No obstante, hay tímidos avances como la prohibición de la venta de medicamentos fuera de las farmacias en Paraguay o Argentina, o la mucho más interesante legalización de la prescripción farmacéutica en Brasil, algo que merecería un desarrollo especial por su significado y por lo que puede influir en el continente. Sirva el ejemplo de ello la copia del modelo de “farmacias populares”, que se creó bajo el mandato de su ex presidente Lula da Silva y ha tenido su prolongación en otros países del continente como la República Dominicana.

No obstante, muchas cosas hay que cambiar para que el farmacéutico sea un profesional de la salud, único camino viable en mi opinión para garantizar su supervivencia. Planificar una hoja de ruta hacia lo que deseamos que sea nuestro futuro, acometer las reformas necesarias para ello, y plantar batalla a quienes desde dentro quieren dinamitar este camino (sectores ultras de la profesión que todos conocemos, se disfracen o no) son los retos. En América y en Europa, los farmacéuticos de la comunidad iberoamericana tenemos mucho que decir. Ojalá seamos capaces de hacerlo.