A estas alturas, nadie pone en duda lo que las nuevas tecnologías aportan al campo de la salud: una atención socio-sanitaria integral e integrada; mejoras en la prevención y promoción de la salud; un fomento de la atención no presencial y de la autonomía y corresponsabilidad del paciente y una herramienta clave para evaluar resultados. Pero pese a los avances de los últimos años, la introducción de las TIC en la Sanidad está siendo más lenta y complicada de lo esperado, y uno de los obstáculos a los que se enfrenta es la necesaria exigencia de evaluación en un contexto de escasez presupuestaria. Una de las conclusiones de la jornada ‘La e-salud al servicio de la cronicidad’, organizada en Madrid por EG, Gaceta Médica y PwC, fue precisamente la demanda para que las TIC sanitarias no se evalúen en términos de coste-efectividad, como si de un nuevo medicamento se tratara.
El sector sanitario se ha incorporado de manera tardía a la revolución de la información. Allá donde entran, las TIC generan un cambio disruptivo y por ello han tenido que vencer la inevitable resistencia al cambio. Pero una vez atisbados sus beneficios, el movimiento es imparable. Se trata, por tanto, de avanzar con rapidez, y en esta cuestión la crisis puede actuar como un acicate (es decir, como una oportunidad de apostar por un cambio estructural) o como un freno (si el objetivo responde a expectativas cortoplacistas). Otras industrias (la bursátil, la turística) lograron transformarse hace años a base de TIC. Pero esa transformación partió de la base de considerar esa apuesta como una inversión estructural. “Aquí, en cambio, parece que cada euro que se invierte se tiene que justificar en términos de ahorro o de si el retorno será inmediato o no”, señaló Joan Guanyabens, director de IT Health de PwC.
La teoría está clara y el sector sanitario español ha comenzado a ver las TIC no como una finalidad, sino como un instrumento al servicio de las políticas y del objetivo de mantener la calidad y sostenibilidad del sistema sanitario, lo que no implica necesariamente más gasto, sino una mejor gestión del dinero existente. Cuantos más datos haya y mejores sean, mejores servicios se podrán ofrecer, más integrados y más personalizados. Y será a estos servicios a los que se deberá exigir eficiencia para evaluar qué han aportado al ciudadano. Aún así, Guanyabens recuerda “que aún más importante que los aparatos electrónicos son los modelos organizativos integrados, los profesionales implicados y los enfermos responsabilizados del autocuidado”. Es decir, que no se trata solo de evaluar la tecnología, sino si las organizaciones han sabido adaptarse al cambio que exige el camino de la e-salud.
El tiempo transcurrido ha bastado para saber que ninguna organización podrá lograr el objetivo por sí sola. Desde el Ministerio de Sanidad hasta las comunidades autónomas, pasando por la industria farmacéutica y los proveedores de tecnología, todos coinciden en que es preciso un esfuerzo conjunto para transformar el sector.