| domingo, 19 de julio de 2009 h |

José María López Alemany

Cada vez hay menos gente que duda de la necesidad de premiar la innovación, en general, y especialmente en el ámbito farmacéutico. La semana pasada, Margaret Chan reiteraba su postura en este ámbito, reconociendo que sin la innovación farmacéutica y sanitaria en general muchos de los avances logrados hubieran sido imposibles de conseguir. Chan mostró su convencimiento sobre la necesidad de que esa innovación deba ser recompensada para que siga teniendo lugar. A pesar de ello, también abogó por fórmulas que permitan dirigir la innovación hacia las necesidades no satisfechas y poblaciones olvidadas, gran objetivo de la institución que dirige: la OMS.

Las patentes o las extensiones de exclusividad en el ámbito farmacéutico son el principal incentivo existente para la investigación y desarrollo de fármacos, pero deben ir acompañadas de un nicho de mercado y un reconocimiento adecuado para que el retorno de la inversión sea posible. Sin un componente lucrativo alrededor de la innovación farmacéutica nunca habríamos podido llegar a donde estamos, ya que el porcentaje de medicamentos desarrollados por gobiernos o instituciones benéficas es ínfimo y la mayor parte de los avances han llegado de la mano del sector privado.

No obstante, uno de los problemas a solucionar es el incentivo adicional a la innovación en áreas sin posibilidad de retorno de la inversión. Financiación adicional, ayudas regulatorias, compensaciones, son fórmulas a estudiar para que, al igual que con las enfermedades raras, sea mínimamente rentable la investigación y desarrollo de tratamientos para las enfermedades de los países pobres.