| viernes, 30 de abril de 2010 h |

José María López Alemany

En las últimas semanas he escuchado a algunas personas con responsabilidad en instituciones de gestión sanitaria que no creían conveniente la financiación e incluso autorización de aquellos productos que, según ellos, no aportaban nada. Un ejemplo que exponían eran los fármacos me too. No obstante, la realidad hace ver que, si no se reconocen las pequeñas innovaciones incrementales que éstos producen, puede haber un riesgo mayor que el económico.

Un ejemplo de esto que digo puede ser la alerta frente a la utilización de omeprazol (y su enantiómero esomeprazol) en combinación con clopidogrel. Alerta que no es extensible a ningún otro inhibidor de la bomba de protones (IBP). Aunque se trata de un caso muy concreto de interacción que puede no ser relevante para la mayor parte de los tratamientos, ha habido casos en los que se ha retirado el medicamento. Por ejemplo, cerivastatina. Una retirada que en la clínica no se notó gracias a la existencia de me too comercializados. Porque, ¿alguien se imagina que no hubiera ninguna estatina o IBP comercializados?