| viernes, 10 de diciembre de 2010 h |

José María López Alemany

Es curioso que todos los ministros de Economía de los Veintisiete, con Elena Salgado incluida, aprueben un documento que recomienda aplicar el copago a la sanidad y que luego nuestro Gobierno se afane en desechar la posible implantación de la medida en nuestro país, de momento.

El hecho de que se realice esta recomendación surge, ni más ni menos, que del convencimiento de que la demanda de servicios sanitarios y farmacéuticos, lejos de mantenerse de reducirse, crecerá sin pausa en los próximos años. En parte por la evolución demográfica de la población, es cierto. También crecerá por la necesidad de la sociedad de tener una mejor salud y calidad de vida. Pero uno de los elementos más importantes en ese incremento de la demanda sanitaria viene dado por el escaso o nulo coste que tiene para sus usuarios. Ahí es donde el copago cobra su importancia como elemento disuasorio de la demanda.

Si no se toman pronto medidas estructurales, como el establecimiento de un copago justo, equitativo y eficaz, al final la realidad obligará a ser más drásticos en los recortes, lo que perjudicará enormemente a los pacientes de mañana por no haberse atrevido hoy a implantar los cambios necesarios. Un ejemplo más de la insolidaridad intergeneracional a la que, por la búsqueda de votos, nuestros políticos nos están abocando.

Llevamos 500 números desde EG llamando a la reflexión de los poderes públicos para que implanten de un modo pausado, lo que sin duda llegará. Si el copago es una de las soluciones para la sanidad europea, ¿por qué no se implanta ya en España? ¿O es que tendremos que esperar otras 500 semanas?