carlos b. rodríguez
Madrid
Durante muchos años las políticas científicas europeas han puesto el acento en el objetivo de llegar al 3 por ciento del PIB para 2010. Pero no se ha prestado la misma atención a otro aspecto fundamental, sin el cual la financiación no sirve de nada: los investigadores. Ahora a la Unión Europea se le acaba el tiempo si quiere ser polo de I+D de primera línea a largo plazo. Por ello, la Comisión Europea ha propuesto a los Estados miembro crear una asociación con el fin de garantizar la disponibilidad de los investigadores necesarios.
Lo apurado de la situación deja una agenda muy apretada. La asociación debe comprometerse a lograr para finales de 2010 progresos rápidos y cuantificables en cuatro aspectos: aplicar sistemáticamente procedimientos de contratación abiertos; responder a las necesidades de los investigadores móviles en materia de seguridad social y pensiones complementarias; ofrecer condiciones de empleo y trabajo atractivas; y mejorar la formación, las cualificaciones y la experiencia de los investigadores.
El punto de partida, en cualquiera de los aspectos, es manifiestamente mejorable. La mayoría de los Estados han emprendido estos años acciones relativas a los investigadores, en particular reformas de sus sectores de enseñanza superior y universitaria. Dichas iniciativas han dado sus frutos, y muestra de ello es que en el VII Programa Marco Europeo se ha incrementado la financiación destinada a los investigadores, entre otras cosas gracias al nuevo Consejo Europeo de Investigación.
“Pero los progresos siguen siendo lentos”, subraya la Comisión. Hasta ahora, la adopción de la Carta Europea del Investigador y del Código de conducta para la contratación de investigadores ha sido limitada y varios Estados no han aplicado aún las medidas relativas al ‘visado científico’ para fomentar la movilidad.
Las políticas actuales tienden a abordar los problemas de una forma aislada o bien adoptan una perspectiva nacional. El resultado es, según refleja la Comisión, una carrera fragmentada en la formación, con barreras que obstaculizan la movilidad y con “normativas y prácticas anticuadas que siguen entorpeciendo o impidiendo la contratación de personal con criterios competitivos”.
Mientras que el número de licenciados y doctores en Ciencia e Ingeniería en los países de la UE sigue siendo superior al de Estados Unidos y Japón, los investigadores representan en Europa una parte mucho más pequeña de la población activa: un 0,56 por ciento en la UE frente a un 0,93 por ciento en los EEUU. Y un 1,06 por ciento en Japón. ¿El motivo? O se alejan de la carrera científica o se van a países que ofrecen mejores oportunidades.
En el año 2004, de los casi 400.000 investigadores extranjeros que trabajaban en los Estados Unidos, unos 100.000 eran europeos. La capacidad del sistema estadounidense de atraer talentos extranjeros se refleja en la clara preponderancia en términos de calidad de la investigación. La afluencia de investigadores de terceros países a la UE es mucho menor: un 2 por ciento en el año 2000, frente al 22 por ciento que alcanzaba EEUU.
Junto a ello, otro problema comenzó a inquietar en las fronteras comunitarias: el envejecimiento de los investigadores. La escasez ya plantea, de hecho, problemas en algunas regiones e industrias, y la situación empeorará si no se atraen jóvenes a la profesión. Además de los necesarios para renovar al personal envejecido, se estima que se necesitarían entre 600.000 y 700.000 investigadores suplementarios para alcanzar el objetivo de invertir un 3 por ciento del PIB en I+D.