En tiempos de ajustes como los que vivimos en la actualidad, las diferentes administraciones se han liado la manta a la cabeza, han sacado las tijeras del cajón y se han puesto a recortar y recortar. Sin embargo, parece que los recortes van siempre dirigidos al mismo sitio. Sí, a pesar de que son tiempos en los que se debe utilizar la inteligencia para quitar algo de aquí y algo de allá pero que todo siga en pie, parece que la tijera se ceba nuevamente en sectores que ya habían sufrido cortes durante los últimos años. Y este es el caso de los recortes que afectan al sector farmacéutico.
Y en este maremágnum de tijeretazos arriba y abajo, surgen ideas o, mejor dicho, ocurrencias, que o no han sido meditadas suficientemente o son el resultado de una ignorancia supina y peligrosa. ¿Hay que dejar de financiar medicamentos “obsoletos y con efecto terapéutico casi nulo”? Todos estamos de acuerdo que estamos en momentos complicados, por lo que hay que establecer prioridades. Sí, pero ¿no es complicado entender que se decida no financiar un fármaco porque hay dudas de su eficacia o seguridad? ¿No evaluaron las administraciones sanitarias distintos parámetros para autorizar la comercialización de estos fármacos porque es un producto eficaz y seguro? No, creemos que ese no es el camino, le pese a quien le pese.
Como tampoco es el camino establecer un procedimiento de bajadas voluntarias de precio para los laboratorios y que, además de las dificultades de esos laboratorios que han bajado el precio para suministrar a los almacenes mayoristas, no se conceda un periodo más amplio de convivencia de precios tanto a la distribución como a la farmacia. No, no es lógico que estos dos agentes de la cadena del medicamento pierdan dinero por gestionar correctamente sus negocios y aprovisionarse de stock para evitar que los ciudadanos no encuentren el medicamento que necesitan en sus oficinas de farmacia. Como no es lógico que las farmacias no cobren, pero ese es otro tema. ¿O no?