En el lejano Oeste, a los charlatanes que vendían elixires que no eran más que whisky con pólvora y a los tahúres tramposos que escapaban por los pelos de una de las balas del colt de alguno de sus compañeros de mesa se les embadurnaba en alquitrán tibio, para posteriormente cubriles de plumas de gallina y pasearles por todo el pueblo para escarnio propio y diversión del paisanaje. Y es que, los falsos milagreros y los tramposos nunca fueron bien recibidos en aquellos lares.
En este momento, en los que la situación económica del país está pendiente de dónde llegarán las tijeras de la ministra de Economía, Elena Salgado, puede darse la tentación de ejercer de charlatán o de tratar de hacer algún juego de manos para sacar algún rédito a este periodo de vacas flacas que nos espera a la vuelta de la esquina. Por ese motivo, es de agradecer la coherencia demostrada por el presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid, Alberto García Romero, y por la presidenta de la patronal madrileña de oficinas de farmacia, Adefarma, Alexia Lario, a la hora de acometer un asunto complicado como es el de la rentabilidad de las oficinas de farmacia españolas. Como hiciera hace dos semanas el presidente de la patronal estatal FEFE, Fernando Redondo, los representantes de estas instituciones madrileñas pusieron encima de la mesa una propuesta para evitar “la ruina de la farmacia”.
La línea sobre la que camina esta propuesta de la farmacia madrileña es la revisión, que no derogación, del denostado Real Decreto 5/2000. ¿Por qué revisión y no derogación? Porque, según ello, no estamos en un momento en el que se pueda apretar más el cuello de las arcas autonómicas. ¿En qué consistiría la revisión? En quedarse en las aportaciones de 2008. Es decir, establecer una deducción máxima del 4,5 por ciento. ¿En qué se basan? En que el valor añadido de sus servicios no remunerados es, ahora mismo, de 2.412 millones de euros. Sin trucos, sin trampas. No habrá plumas y alquitrán para ellos.