Final de partida. O no. El Pacto por la Sanidad no está muerto todavía, y seguramente dará mucho que hablar, aunque sus posibilidades de llegar a ser realmente un Pacto de Estado, como el referenciado Pacto de Toledo, son cada vez más escasas. Para firmar un acuerdo de estas características, falta que sus responsables empiecen a presumir de algo de lo que hasta ahora no han hecho gala: ‘conciencia de Estado’. El pacto no está muerto, pero lo que está claro es que no hay vía para la negociación si el debate deja de ser debate para convertirse en un pulso para ver quién es más fuerte. Apoyar un pacto de Estado por la Sanidad para después borrar de un plumazo sus posibilidades plantando a los grupos en la primera reunión es tan reprochable como apoyar un pacto mientras se legisla a golpe de Real Decreto-ley. A estas alturas, no vale una cerrazón tan rotunda como la que la semana pasada protagonizaron José Martínez Olmos y Gaspar Llamazares, como tampoco vale la respuesta de Manuel Cervera, asumiendo la salida del principal grupo de la oposición de las bases de un acuerdo que quiere ser global.
Quizá la postura más razonable sea de nuevo la de Concepciò Tarruella. El grupo catalán de CiU no quiere tirar la toalla y recuerda la proposición aprobada en el Congreso, que deja abierta la puerta a que las conclusiones de la subcomisión puedan ser tomadas en cuenta por el ministerio y modificar parte de la reforma de Ana Mato. Es difícil, no cabe lugar a dudas, pero no imposible. Si los grupos parlamentarios realmente representan a los ciudadanos y no solo a los militantes de sus partidos, entonces deberían ser conscientes de que el Pacto por la Sanidad es una demanda social, que no solo lo pide: lo necesita. Los mismos que ahora protagonizan este nuevo divorcio en la novela por capítulos en la que se ha convertido el camino al acuerdo sanitario lo reconocieron este mismo verano en un curso en Aranjuez. ¿Qué ha pasado desde entonces?