Redacción
Madrid
Tras el diagnóstico de una enfermedad el tratamiento se convierte en el siguiente eslabón de una cadena diseñada para mejorar la calidad y esperanza de vida del paciente, especialmente cuando la patología detectada acompañará a éste durante el resto de su vida. Lamentablemente, como quedó de manifiesto el 27 de mayo en el transcurso del foro “La adherencia al tratamiento, calidad de vida en el paciente”, organizado por Pfizer en colaboración con la Oficina del Defensor del Paciente de la Comunidad de Madrid, el porcentaje de enfermos crónicos que no cumplen el tratamiento tal y como les fue indicado por el médico asciende al 50 por ciento.
Los efectos de esta situación se aprecian tanto en la propia salud del paciente, dado que se produce un agravamiento de los síntomas y se reduce su esperanza de vida, como en el gasto sanitario, pues del mal cumplimiento terapéutico deriva una pérdida de eficacia del medicamento y un aumento de los ingresos hospitalarios, que se suman a los ocasionados por esta causa el 10 por ciento del total.
El papel del farmacéutico
Más allá de los descuidos involuntarios o las equivocaciones a la hora de tomar la medicación, la escasa información y las orientaciones contradictorias que recibe el enfermo tienen buena culpa de esta situación. Aunque no hay que olvidar que entre el 2 y el 20 por ciento de las recetas no llegan a la farmacia por responsabilidad del paciente, también los médicos y los farmacéuticos deben evitar otros errores que generan confusión.
La vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, Ana Pastor, recalcó que “el trabajo del profesional sanitario y los farmacéuticos comunitarios es importante”, ya que ambos deben trabajar en la misma dirección para evitar que “lo que se dice en la farmacia sea distinto de lo que se dice en las consultas”.