c. r. Madrid El gasto farmacéutico es una de las preocupaciones principales de gobiernos y aseguradores. Desde los años 70, muchos países industrializados empezaron a crear mecanismos de contención de esta partida, y en años recientes muchos de ellos introdujeron la práctica de los Precios Internacionales de Referencia (PIR). Sin embargo, la crisis ha desvirtuado su principal objetivo y ha puesto en descubierto sus principales debilidades. En un informe realizado para la Organización Mundial de la Salud, la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) sacó a la luz las limitaciones de un sistema que, en última instancia no solo permite asumir directamente los supuestos precios de un país, sino asumir indirectamente su política de precios. “Si España utiliza los precios alemanes, no está solo incorpora el precio sino el tipo de regulación, que hace años era precio libre”, señaló Jaime Espín, profesor de la EASP. Precisamente por esta razón, la literatura al respecto asegura que el uso de esta herramienta parece más justificado en caso de países de ingresos medios o bajos que tienen una capacidad técnica limitada para hacer, por ejemplo, estudios farmacoeconómicos, o bien en el caso de países que, aunque no carezcan de recursos económicos, pretendan llevar a cabo una política de uso racional de los medicamentos. Un buen ejemplo en este segundo apartado es Canadá, que utiliza como referencia Reino Unido, Suiza o Suecia, todos ellos países que utilizan la evaluación económica en sus decisiones, lo que a la larga supone un reconocimiento a la I+D en la fijación de precios. Los límites del sistema Sin embargo, en los últimos años los objetivos de muchos países que utilizan esta herramienta han diferido mucho de esta idea inicial. A la luz de la crisis económica, las regulaciones farmacéuticas han buscado simplemente reducir el gasto farmacéutico per se y atajar la deuda pública. Esto ha llevado a que el sistema se haya convertido en una maraña de referencias que se salen de lo que hasta ahora era tradicional. Hasta este momento, lo normal era que los países se agruparan por sus condiciones socio-económicas: países nórdicos por un lado; mediterráneos por otro; los de Oriente Próximo… Ahora, los precios de España se utilizan como referencia en países como Omán. Cuando la Escuela Andaluza de Salud Pública preguntó a las autoridades de este estado el motivo, la respuesta fue concisa: los precios españoles están entre los más baratos del mundo. Por una parte es lo bueno de los Precios Internacionales de Referencia: es un instrumento cambiante y modulable en función de las circunstancias, algo que todos los gobiernos agradecen en época de crisis. Pero ahí radica también su mayor debilidad, ya que los precios que se utilizan como referencia no siempre son precios reales de transacción, sino un “catálogo virtual” de los mismos. Tras ellos hay todo un conjunto de descuentos que ocultan las diferencias reales. Según Espín, la única manera de conseguir que el sistema funcionara bien pasaría por conseguir “precios reales de transacción”. Junto a todo ello surge una pregunta que se lanzó en la Conferencia de Viena: hasta ahora el sistema ha funcionado relativamente bien pero, ¿qué ocurrirá cuando todos los países se referencien unos a otros? Espin tiene clara la respuesta: alguno tendrá que utilizar algún método distinto para que el sistema funcione. viernes, 04 de noviembre de 2011 h
El sistema de referencia internacional no solo permite asumir los precios de un país, también su regulación
Los precios que se usan como referencia no siempre son precios reales, sino un “catálogo virtual” de los mismos