| viernes, 15 de enero de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

Si 2009 acabó con una gran noticia para el colectivo de los profesionales de enfermería de la mano de la autorización por parte del Congreso de la llamada prescripción enfermera, el año que comienza tiene todos los visos de convertirse en una pesadilla para la industria tabaquera y los que parece que se están perfilando como sus principales aliados: los representantes del sector de la hostelería. Como decía la diputada socialista Pilar Grande sobre la prescripción enfermera en el Congreso antes de la Navidad, la imagen de las enfermeras como “señoritas con medias blancas y que ejercían de secretarias del doctor” es cosa del pasado, y lo va a ser más todavía gracias a la aprobación de la modificación de la Ley del Medicamento (felicidades a Máximo González Jurado y compañía, les costó, pero lo han conseguido).

Ahora nos queda esperar que también sea cosa del pasado la imagen del fumador empedernido acodado en la barra del bar de la esquina, ahumando a propios y a extraños. Al igual que ocurrió en 2009 con los enfermeros, este año el Congreso debería darnos otra alegría, especialmente los trabajadores de la hostelería, endureciendo de una vez la ley antitabaco. Recuerdo que al poco de empezar a fraguarse la ley, que erradicaba el tabaco de los centros de trabajo, algunos nos preguntamos qué pasaba con los camareros. Estos trabajadores no gozaban de la protección que el marco jurídico otorga al resto de los españoles. Aquello se obvió, pero ha llegado el momento de que todos estemos protegidos del humo del tabaco y sus efectos nocivos. Incluso los fumadores, aunque sea a su pesar.

Sin embargo, como bien acaba de hacer notar el Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo, cuando estamos a punto de emprender la recta final para contar con una ley verdaderamente protectora de la salud en este ámbito, van los hosteleros y se oponen. ¿Por qué? Como ya han expresado, parece que temen perder clientes, que mucha gente sólo tiene ya los bares para fumar y que dejarían de acudir sin la posibilidad de apurar un cigarrito. Sin embargo, no hablan de los posibles beneficios que supondría una medida de este tipo. Sin ir más lejos, muchos de aquellos a los que no les gusta pasar su tiempo libre en un lugar atestado de humo podrían empezar a frecuentar los bares sin temor a llegar a casa con un olor pestilente.

Por otro lado, se ahorrarían todos los costes asociados a la morbilidad causada por el tabaco. Según el CNPT, estamos hablando de casi 450 millones al año que acaba pagando el sector en concepto de bajas y reducción de productividad del personal, así como de costes extra de limpieza, sin olvidar las reticencias de los cada vez más no fumadores hacia los ambientes viciados.

Ha llegado el momento de que los hosteleros también se pongan del lado de la salud pública. De lo contrario empezaremos a pensar que tienen intereses ajenos y más vinculados a la industria tabaquera que a ofrecer a sus clientes un servicio de calidad en un ambiente sano.