| viernes, 23 de abril de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

El 24 de abril hizo un año de aquel día en el que, a través de unos inquietantes teletipos de las agencias internacionales, las redacciones de todo el mundo se enteraron de la existencia de lo que se llamó al principio gripe porcina, luego nueva gripe y después gripe A ó H1N1. Las primeras noticias hablaban de que siete personas habían sido diagnosticadas de una extraña de gripe porcina en California y Texas (Estados Unidos). El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos relacionó en apenas unas horas los casos con un brote registrado semanas antes en México, que había provocado numerosas muertes. Las sospechas de que había habido contagio entre humanos y de que se trataba de un virus de la gripe completamente nuevo, muy alejado por tanto de las mutaciones estacionales, crearon muy rápido una enorme alarma a escala global.

Científicos y autoridades no hacían más que llamar a la calma, si bien en muchas ocasiones con sus declaraciones y la confusión de la que hacían gala no hacían más que intensificar la misma alarma que querían evitar. Tampoco tuvo un efecto relajante la preocupación expresada desde el primer día por la Organización Mundial de la Salud. Solamente un día después de las primeras noticias, el Gobierno mexicano reconocía que vivía una situación de emergencia y temía pérdidas millonarias, y en numerosos países, incluida España, se decidió aislar a los ciudadanos procedentes del país sudamericano en los aeropuertos hasta descartar la presencia de tan mortífero virus. Mientras, en las redacciones había vivas discusiones entre los periodistas que apostaban por la prudencia y por informar a medida que hubiera evidencias de la gravedad de la situación y aquellos otros, en general menos especializados y con cargos más elevados, que consideraban la cuestión poco menos que el fin del mundo, no habiendo portadas lo suficientemente extensas para reflejar la hecatombe.

Hoy, un año después, tras derrochar cantidades ingentes de tinta en alertar a la población sobre la famosa gripe, sin olvidar, claro, los millones de euros destinados a investigación, vacunas, prevención, reuniones internacionales… ¿con qué nos encontramos? Con una cepa pandémica, sí, pero que ha causado menos de 18.000 muertes en 214 países, suponiendo en la mayoría de los casos una enfermedad de curso leve. A primera vista quizás parezca una barbaridad, una cepa convertida en un asesino de primera clase, pero la propia OMS pone las cosas en su sitio al reconocer que la gripe estacional, la de siempre, vamos, provoca la muerte de 250.000 a 500.000 personas anualmente, así como de tres a cinco millones de casos graves.

¿Qué ha ocurrido? ¿Ha sido un ejemplo modélico de cómo cerrar el paso a un peligrosísimo virus que amenazaba a la humanidad o, por el contrario, una muestra de alarmismo contagioso por parte de las autoridades sanitarias de todo el mundo que se ha traducido en un gasto inmoral, dadas las acuciantes necesidades causadas por patologías menos rentables? Quizá haya habido un poco de todo, pero lo que está claro a estas alturas es que los responsables sanitarios de los distintos países y de la propia OMS no parecen sacar mucho sobre cómo se ha solventado el problema. Por algo será.