| viernes, 18 de junio de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

Anda el Gobierno apurado, y no sin motivo. Con la que está cayendo con la crisis económica, que se ha cebado cual perro de presa con España y su mercado laboral, y cuando un día sí y otro también arrecian rumores interesados que ponen contra las cuerdas lo que queda de la solvencia de nuestra economía, José Luis Rodríguez Zapatero mira a su alrededor y no ve a nadie. No extraña que sus ojeras se vayan profundizando. Cuando más falta hace eso que llaman sentido de Estado ni el principal partido de la oposición ni los sindicatos ni los empresarios parecen dispuestos a arrimar el hombro cuando más falta hace.

En Génova, con gran olfato partidista y nulo sentido de la responsabilidad, Mariano Rajoy y compañía se han dado cuenta de que con la crítica sin hacer nada, sin trabajar en una alternativa creíble de Gobierno, se acercan igual de rápido a la Moncloa ante la pésima imagen del Ejecutivo socialista. Total, para qué van a ponerse el mono de trabajo, diseñar un paquete de medidas que igual se parece demasiado al que ha puesto en marcha el equipo de Rodríguez Zapatero, si tal como van las cosas van a ganar igual las próximas elecciones, que es su único objetivo. Se diseñan unos eslóganes, se patalea en el Congreso y el Senado, y a esperar que caiga Rodríguez Zapatero como fruta madura, en lugar de pensar en el bien del conjunto del país. Eso es responsabilidad, sí señor. ¿Y qué decir de los sindicatos y la patronal, incapaces de llegar a un acuerdo de mínimos para que el desgaste se lo lleve otro? En cuanto al Gobierno, no se queda atrás, ya que ha conseguido el más difícil todavía al emprender la contrarreforma social más dura e impopular abordada nunca por un Ejecutivo socialista sin conseguir ni siquiera que la ciudadanía le reconozca la valentía de la acción, ya que la imagen que queda es que el paquete ha sido impuesto desde el exterior.

Y en estas estábamos cuando vuelve a salir a relucir, por enésima vez, el tema del famoso copago sanitario, sin que el Gobierno, por cierto, sea capaz de atajar el debate de una vez por todas, como si a los españoles les regalaran la sanidad de la que disfrutan, con sus ventajas y sus defectos, cuando la pagan a conciencia mediante los impuestos. Muy al contrario, y aunque no es una medida negativa en sí misma, el anuncio de la “factura en la sombra” que Trinidad Jiménez nos regalará en otoño hace temer a muchos, con razón, que el Gobierno esconde bajo la manga un aumento del copago –el “repago” del que habla Gaspar Llamazares–, del que esta medida informativa sería sólo el anticipo. Esperemos que no sea cierto, por el propio bien de nuestro modelo de sanidad pública y para que, al final, el coste de la crisis no recaiga aún con más fuerza en aquellos que nada tuvieron que ver con su aparición.