Antonio González es periodista del diario ‘Público’
Cuando hablan sobre mujeres fallecidas por violencia de género los responsables políticos suelen proceder de la misma forma que cuando valoran una evolución positiva del número de víctimas de accidentes de tráfico. Empiezan siempre hablando de que, siendo pocas, siguen siendo muchas, y de que hay que seguir reduciendo la mortalidad, dando a entender que se tiende a un objetivo de cero muertes, pese a tratarse de una utopía. Acto seguido van a lo que les interesa, esto es, a la comparativa favorable. Que si son menos que el año pasado, que si la medida tal puesta en marcha hace no sé cuántos meses ha dados sus frutos, que si la oposición critica sin fundamento… Ésta es la forma proceder políticamente correcta.
Afortunadamente, suele haber siempre más técnicos que políticos en cualquier ámbito, y los técnicos suelen ser casi siempre los que más cerca están de la verdad, por mucho que los políticos a los que sirven sean, en un elevado porcentaje de los casos, los dueños de los titulares. Lo que ocurre es que las verdades de los técnicos suelen abandonar la senda de lo políticamente correcto para adentrarse en el camino de una realidad que muchas veces escuece. Ejemplos hay muchos, pero me vienen a la mente dos ámbitos donde los medios de comunicación, en ocasiones, abandonan la información que emana de los hechos para adaptar su enfoque a otra posición políticamente correcta. Uno de estos casos es la enfermedad mental.
Es preciso reconocer que los medios tradicionalmente han cargado mucho las tintas estableciendo de facto una relación falsa entre patología mental y violencia. Como nos recuerdan a menudo los psiquiatras y las asociaciones de pacientes y familiares, los índices de violencia entre personas que padecen alguna patología mental grave, como la esquizofrenia, son inferiores a los de la población general. Pero eso no debe llevar a los medios a hacer la vista gorda cuando existe de hecho esa vinculación entre enfermedad mental y violencia en un caso concreto, como ocurrió hace unos días con el trágico suceso de la mujer que decapitó a su bebé recién nacido en una localidad madrileña. Si la mujer sufría una patología mental que pudo estar en el origen de tan aberrante comportamiento, ¿por qué ocultarlo?
Por otro lado, en el caso de las muertes por violencia de género, las asociaciones de defensa de los derechos de las mujeres y de feministas vienen insistiendo en la necesidad de obviar los detalles a la hora de informar de estos crímenes, y de no hablar de la presencia de alcohol u otras drogas como factores atenuantes y justificantes para los agresores. Todo esto está muy bien, pero al final llegan los expertos y sacan a relucir datos políticamente incorrectos, como ocurrió hace unos días en unas jornadas organizadas por Socidrogalcohol en las que varios clínicos coincidieron en que en muchos casos, por no decir en la mayoría, el agresor de género comete sus actos tras abusar de la fatídica y cada vez más popular mezcla de alcohol y cocaína.
Igual llegó el momento de ser menos políticamente correctos y atenernos a los datos y las evidencias disponibles en cada caso con el fin de resolver los problemas con un mayor acierto.