| viernes, 21 de mayo de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

Para ser el jefe del Estado, o precisamente por eso mismo, el rey Juan Carlos de Borbón no se prodiga mucho a la hora de expresar lo que realmente piensa de las cosas que pasan en este país, que no son pocas. Al margen de su discurso navideño y de las intervenciones que lee en entregas de premios y ceremonias similares, donde casi nada se sale del guión, es raro escuchar a la máxima autoridad del Estado expresar libremente su opinión sobre algún tema, y eso que todos sabemos que las tiene, y de todo tipo. Cualquiera que haya asistido en alguna ocasión a alguna de las recepciones que el monarca ofrece, como por ejemplo el tradicional cóctel en el Palacio Real de Madrid con motivo de la fiesta nacional del 12 de octubre, sabe que en un marco distendido y donde, por supuesto, el off the record es obligado, el Rey expresa muy variadas, y por supuesto formadas, opiniones sobre diversos temas.

Sin embargo, fuera de esos terrenos acotados es difícil ver aflorar palabras fuera de protocolo de labios de Juan Carlos de Borbón, y por eso sus declaraciones del pasado 11 de mayo a la salida del Hospital Clínic de Barcelona, donde acababa de ser intervenido de un nódulo de carácter benigno en el pulmón, tuvieron tanta repercusión, para bien y para mal. “En España tenemos que estar orgullosos de la sanidad pública que tenemos, tanto en Cataluña como en Madrid”. En boca de cualquier otro, un ministro/a de Sanidad por ejemplo, la declaración hubiera sonado vacía, una frase más buscando el titular. Pero en boca del Rey sonó sincera, y de hecho más que del jefe del Estado parecía haber salido de los labios de cualquier ciudadano que, tras un susto, haya salido libre de pesar de un hospital tras haberse librado de su dolencia. Es cierto que ese cualquier ciudadano hubiera tenido posiblemente alguna queja relacionada con el confort, el tiempo de espera o cualquier otro aspecto menor, y también es verdad que el Rey no salía de cualquier sitio, ya que el Clínic es un centro puntero de la sanidad pública, pero son palabras de agradecer para cualquier partidario del Sistema Nacional de Salud, ya sea monárquico o republicano.

Es verdad también que, para algunos, las palabras del Rey tenían el punto de sorpresa del que acaba de descubrir las bondades de un servicio público que, por su condición, no tiene necesidad de frecuentar, pero hagamos un ejercicio de ingenuidad. Ojalá que el Rey de España, que en otras tantas ocasiones han recurrido a centros privados, que se merecen por supuesto todo el respeto, pueda seguir diciendo lo mismo de la sanidad pública en el futuro, pero no sólo cuando se refiera al Clínic de Barcelona, sin duda uno de nuestros mejores hospitales, sino también, por ejemplo, cuando piense en un centro de salud de Almendralejo, un centro de especialidades en Durango o un hospital en Murcia. Significará no sólo que la sanidad pública española sigue existiendo como hoy la conocemos, sino que además los españoles tendrán acceso a sus prestaciones en unas condiciones de equidad que hoy brillan por su ausencia.