| viernes, 04 de marzo de 2011 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

El debate sobre la sostenibilidad del sistema sanitario ha puesto sobre la mesa diversas ideas y propuestas para hacer posible que el actual modelo sanitario perviva y no se convierta en un bonito recuerdo de aquellos tiempos en los que había una cosa llamada estado de bienestar. Muchas de ellas responden a intereses particulares, otras buscan modificar el modelo para que no se parezca en nada al que hoy conocemos y otras, simplemente, persiguen que el usuario pague más por el sistema, aunque de una forma injusta por no equitativa. Hablamos del copago, una palabra cada vez menos tabú que está en boca de todos y que, por ello, eclipsa muchas veces otras muchas líneas de actuación que podrían seguirse manteniendo la esencia del sistema, esto es, la equidad y a universalidad.

Es cierto que gastamos una menor parte del PIB en sanidad que otros países de nuestro entorno, y los que los resultados, en consecuencia, son razonablemente buenos en términos de calidad y, sobre todo, de satisfacción de los usuarios. Aunque no debería ser así, plantear un aumento de las partidas presupuestarias dedicadas a Sanidad, hoy por hoy, sigue pareciendo impensable, por mucho que estemos hablando de una de las bases de nuestro sistema de convivencia, una de las pocas donde reside el principio de igualdad de oportunidades.

Sin embargo, cada vez hay más expertos que hablan de la posibilidad de avanzar mucho en materia de sostenibilidad a través de una mejora en la gestión, un impulso de la prevención y la promoción de la salud y una mayor corresponsabilidad por parte del paciente. Es evidente que una mejora clara en los factores antes citados redundaría en un sistema mucho más eficiente y, a la larga, más saneado. En un sistema cuyo principal valor reside en el capital humano (esto lo dicen sin creérselo muchos directivos de sus empresas, pero en la sanidad es realmente cierto), los profesionales son los que tienen una mayor capacidad de influencia. En este contexto, los enfermeros (o mejor dicho, las enfermeras) representan ahora un factor clave. No sólo por su número, sino por su cualificación, sus capacidades (ya falta poco para que la prescripción enfermera sea una realidad) y, lo más importante, por ser uno de los agentes de salud más cercanos y accesibles para el paciente junto a los farmacéuticos.

Por ello parece el momento adecuado para que las administraciones recojan el guante lanzado hace unos días por el incansable presidente del Consejo General de Enfermería, Máximo González Jurado, y den a los enfermeros el valor que realmente tienen, y más en la actual coyuntura de crisis. Si los profesionales sanitarios se lo proponen de verdad, si ajustan sus decisiones de gasto a la realidad, sin descuidar nunca la salud del paciente, y si son capaces de sacrificarse por trasladar a los usuarios la idea de que el Sistema Nacional de Salud es una joya que hemos de conservar entre todos, no cabe duda alguna de que esta joya pervivirá en el futuro a prueba de bombas. Y de recesiones.