Antonio González es periodista del diario ‘Público’
Me comentaban el otro día que más de uno se sorprendería mucho si se conociera de primera mano cómo se toman ciertas decisiones relacionadas con el Gobierno y la alta política, como por ejemplo la de imponer a nuestra ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid por el PSM pasando por encima del secretario general del partido, el hasta entonces semidesconocido Tomás Gómez. Como todos sabemos, la cosa empezó mal desde el principio para todos menos para el responsable del PSM, que pese a no ser un ídolo de masas se había preocupado, durante tres años, de patearse los pueblos y localidades de Madrid para asegurarse un apoyo de las bases que, finalmente, se convirtió en crucial para dejar a José Luis Rodríguez Zapatero y a Jiménez a los pies de los caballos, y encima con la que está cayendo.
Rodríguez Zapatero, sin duda mal aconsejado por esos asesores de sueldos elevados y nombre gris y, por supuesto, por el propio Pepe Blanco, tiene ahora una nueva preocupación que sumar a la ya larga lista de problemas sin resolver de este Gobierno al que la crisis económica parece estar fagocitando sin remedio. Así, por si tenía poco con la crisis financiera internacional, y la nuestra del ladrillo particular, la deuda, el paro brutal, la traición ideológica que ha supuesto la leonina reforma laboral y los sindicatos en pie de guerra, el presidente se ha encontrado con que la numantina oposición de Gómez ha acabado dando alas a quienes piensan que ha llegado la hora del postzapaterismo, y ponen en solfa su propia madera de líder.
Si algo le queda ahora al presidente es que, a su pesar, ha conseguido hacer a Gómez un político conocido y le ha dotado involuntariamente del carisma de quien se atreve a enfrentarse abiertamente con quien manda. Quién sabe, igual al final esta jugada inversa se convierte en una victoria regional para apuntalar una hoy poco probable victoria en las próximas generales. No hay que olvidar que Zapatero, pese a tener todos los pronósticos en contra, sigue teniendo a su favor el carácter inane de la oposición de Mariano Rajoy, un antilíder cuya debilidad permite todavía a algunos albergar esperanzas sobre una hipotética victoria socialista.
Pero, además de a Rodríguez Zapatero, está por ver hasta qué punto ha perjudicado todo este proceso a Jiménez, una buena ministra de Sanidad y mejor política que se encontró de pronto con una batalla que, posiblemente, no tenía ningún interés en librar, y de la que también sale tocada. Afortunadamente, la batalla interna, pese a ser intensa, ha sido también corta y estival, de forma que su participación en la misma no parece haber hecho mella en la labor de Jiménez en el Paseo del Prado, que es para con todos los españoles, y no sólo para con los afiliados al PSM. Esperemos que, mientras siga en el Gobierno, Jiménez siga siendo la misma ministra que antes de este desagradable incidente disfrazado de democracia interna.