Antonio González es periodista del diario ‘Público’
La semana pasada se celebró en el Ministerio de Sanidad el 25º aniversario del Plan Nacional sobre Drogas. Todo fueron buenas palabras, autocomplacencia por el trabajo realizado hasta ahora y los buenos propósitos de rigor de seguir redoblando esfuerzos para ganar la batalla a las sustancias que nos ofrecen placer a un precio que a la larga resulta siempre demasiado caro. También hubo espacio para el homenaje sincero (un adjetivo algo poco habitual en política) a la figura de Ernest Lluch, un político que sin duda fue un ejemplo para todos y cuya huella en el ámbito sanitario perdurará durante mucho tiempo. Además hubo noticia, aunque de un calibre algo menor de lo que algunos esperaban. Leire Pajín sacó de su chistera de ministra recién estrenada el mejor dato de la próxima Encuesta Domiciliaria sobre Alcohol y Drogas (Edades): una reducción de medio punto en el consumo de cocaína entre la población general, que se queda en el 2,6 por ciento.
La rebaja, último logro como responsable del Plan sobre Drogas de Carmen Moya, que deja el sitio a la hasta ahora diputada autonómica valenciana Nuria Espí, es sin duda un buen paso adelante por varios motivos. En primer lugar, porque se trata de un retroceso en la droga ilegal que más preocupación despierta entre los expertos por sus efectos a largo plazo, la normalización de su consumo y el enorme coste sanitario que puede generar en el futuro. En segundo lugar por el hecho de producirse en población adulta, un colectivo donde es más difícil influir y en el que es menos habitual esperar reducciones de este tipo. Y en tercero, porque este paso adelante demuestra que los planes específicos, como el puesto en marcha contra esta sustancia hace tres años, funcionan si están bien diseñados. En la lucha contra las drogas, la prevención y la información, de una parte, y las actuaciones policiales contra el tráfico deben ir de la mano, aunque todo parece indicar que en este caso es la pata de la prevención la que mejor ha funcionado, porque las operaciones contra la oferta de droga no han conseguido ni bajar su precio ni hacerla menos accesible en los lugares de ocio.
La cocaína sigue siendo hoy la droga reina entre las sustancias ilegales, por mucho que se consuma más cannabis. Su precio y la calidad con la que llega a España desde Suramérica influye, pero la principal arma de la cocaína sigue siendo otra: la invisibilidad de su consumo. Por eso, una vez más, hay que evitar triunfalismos. No tenemos motivos para estar contentos, pues ese 2,6 por ciento, siendo un buen dato, no debe hacernos olvidar que España es todavía uno de los países donde se consume más clorhidrato de cocaína. Es cierto que ya no se ve a nadie morir de sobredosis de heroína por la calle, como cuando en los ochenta se creó el Plan sobre Drogas, pero también es cierto que hoy muchos cocainómanos y sus familias viven un drama de puertas para adentro que cuando salga al exterior sorprenderá por su magnitud. Que la invisibilidad no nos ciegue: la batalla no ha acabado porque no tiene fin, pero hay que seguir librándola.