Antonio González es periodista del diario ‘Público’
Uno de los temas que tiene previsto abordar este miércoles el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud es la propuesta de consenso en torno a la alimentación en los colegios, cuyo contenido se integrará en la futura Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición. Se trata de erradicar de los centros educativos productos como la bollería industrial, las chucherías y los refrescos para combatir la obesidad y el sobrepeso, que afectan más o menos a un tercio de los alumnos de primaria y configuran uno de los problemas de salud más importantes a largo plazo para la sociedad española.
Aunque la ley establecerá también las condiciones dietéticas mínimas que deberán reunir los servicios de restauración de los centros, lo más llamativo del acuerdo que previsiblemente saldrá esta semana del encuentro entre la ministra y sus homólogos autonómicos tiene que ver con las máquinas expendedoras de alimentos y bebidas presentes en los colegios. En efecto, parece poco comprensible que en un lugar donde los más pequeños van a educarse tengan a la mano una serie de productos que vienen a atentar contra su salud, sobre todo si, como ya está ocurriendo hace demasiado tiempo, su consumo de combina con el sedentarismo.
En la segunda mitad del siglo pasado, cuando comenzaron a proliferar en España las grandes cadenas estadounidenses de comida rápida y la bollería industrial, ninguno de estos alimentos llegó a suponer un problema a gran escala, no porque fueran más saludables que ahora, sino porque quienes eran más saludables eran los niños de entonces. Llama la atención, en cualquier caso, que aquellos niños ignoren hoy, en su calidad de padres, los buenos hábitos que practicaran entonces y permitan no sólo que sus hijos se atiborren de bollos y refrescos sino también, lo que es mucho peor, que sus horas de ocio transcurran ante la pantalla de la televisión y el ordenador.
En cuanto a los colegios, es cierto que no hay necesidad alguna de que haya máquinas de refrescos, pues con la clásica fuente de agua bastaría para saciar la sed de los alumnos; y también podríamos hacer un viaje al pasado y apostar por los clásicos bocadillos de casa o las piezas de fruta para la merienda y el recreo en lugar de los bollos o las patatas fritas. Pero la realidad es tozuda y la publicidad implacable, de modo que, a pesar de que la medida impulsada por Sanidad es acertada, servirá de poco si no va acompañada de un cambio de mentalidad en los padres. Ese cambio, y no las medidas coercitivas, es la clave sobre la que sustentar una auténtica estrategia que consiga combatir la obesidad infantil, uno de los lastres más importantes de las sociedades desarrolladas. Lo malo es que el cambio que se precisa, por mucho que se esfuerce el Ministerio de Sanidad, tiene al final poco que ver con leyes y decretos, y tiene que partir del interior de todos y cada uno de los padres que tienen niños con sobrepeso y siguen sin darle importancia. Aún estamos a tiempo.