| viernes, 07 de mayo de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

Puede un pequeño país sometido durante 50 años a un salvaje embargo comercial dirigido por mano de hierro por la primera potencia mundial ofrecer a sus ciudadanos una cobertura sanitaria digna? La respuesta a esta pregunta es claramente afirmativa en el caso de Cuba, al menos atendiendo a la opinión de dos prestigiosos especialistas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), Paul Drain y Michele Barry, expresada hace pocos días en un sorprendente, por inesperado, artículo publicado por la revista Science. Según ambos especialistas, “a pesar de décadas de sanciones de Estados Unidos contra Cuba [el embargo cumple medio siglo este año], los cubanos gozan de los mejores niveles de salud en toda América Latina, con una larga expectativa de vida, tasas bajas de mortalidad infantil y la más alta densidad de médicos per cápita”.

Atendiendo al artículo de Science, aunque las condiciones empezaron a empeorar paulatinamente tras la caída de la Unión Soviética, Cuba sigue gozando de la esperanza de vida más elevada (78,6 años), la mayor densidad de médicos (59 por cada 10.000 personas) y los niveles más bajos de mortalidad infantil de los 33 países de América Latina y el Caribe. Es cierto que la sanidad cubana ha gozado tradicionalmente de una buena fama que le ha servido al régimen de Fidel Castro, incluso en los peores momentos, para exportar una imagen de fortaleza frente a su eterno enemigo e incluso ofrecer su ayuda, en forma de capital humano, a otros países necesitados de la zona. Sin embargo, se equivocan quienes piensan que es el comunismo, por sí solo, la clave que explica este milagro cubano en materia de salud, si bien es cierto que la izquierda siempre ha tenido a la sanidad universal como uno de sus baluartes. Quizá, en lo que se refiere a este caso, haya que fijarse más, al margen de la ideología, en factores relacionados con una buena planificación sanitaria y un verdadero empeño por lograr unos profesionales de la salud bien formados, algo de lo que Cuba puede dar ejemplo.

En este contexto es difícil disentir de Drain y Barry cuando fundamentan los buenos resultados cubanos no en un elevado gasto sanitario, que tienen muchos otros países con peores resultados, sino en programas de prevención y salud pública eficaces y bien diseñados y en una potente atención primaria basada en profesionales numerosos y capaces. Y es que de nuevo nos encontramos aquí con el factor humano que, al final, es la clave del éxito de cualquier organización, y que en el caso de la atención primaria, a través de una buena relación médico-paciente, adquiere uno de sus sentidos más profundos. Por supuesto que es necesario contar con las últimas tecnologías y las terapias más sofisticadas, y gastar en estos capítulos lo que sea necesario, pero muchos países que se llaman avanzados deberían tener en cuenta el ejemplo cubano a la hora de cuidar mucho más a sus médicos de primaria, que son la base del buen funcionamiento del sistema y que, junto con los boticarios de oficina de farmacia, son la verdadera cara humana de una sanidad que cada día es más ajena al sentir de los pacientes.