Antonio González es periodista del diario ‘Público’
Se avecinan cambios profundos en la sanidad española. No era ningún secreto que hasta las elecciones del pasado 22 de mayo nadie, menos lógicamente el Gobierno de Artur Mas en Cataluña, se iba a jugar su futuro electoral con propuestas más o menos imaginativas para controlar el gasto sanitario y garantizar la sostenibilidad de la sanidad pública. Y nadie lo iba a hacer porque, como bien señalaba recientemente Juan José Rodríguez Sendín, el presidente de los médicos españoles, la sanidad no da votos, pero sí puede acabar quitándolos.
Y es que, tal como está la cosa con el gasto sanitario, y sobre todo teniendo en cuenta la miopía de muchos de nuestros responsables de política sanitaria, incapaces de ver más allá de cuatro años por delante de sus narices, parece que solamente hay dos o tres vías para controlar el gasto: recortar prestaciones o servicios de una forma más o menos subrepticia, aplicar copagos o subir impuestos. Y se trata, claro está, de medidas todas ellas sumamente impopulares y, por tanto, prohibidas en época preelectoral. Claro que hay otras muchas posibilidades, como mejorar la eficiencia partiendo de un estudio serio sobre lo que se está haciendo mal, comprar mejor y a mejor precio, luchar contra el fraude fiscal o incentivar a los profesionales, y no únicamente con dinero. Pero son medidas que requieren de un plazo medio de aplicación para dar sus frutos, y además no se pueden rentabilizar políticamente en cuatro años.
Ante este panorama, y sobre todo tras la apabullante victoria del PP en las municipales y autonómicas, la sombra de la tijera se proyecta ya sobre el futuro inmediato del sistema sanitario público. De hecho, la prensa económica ya ha explicado con todo lujo de detalles que lo primero que va a hacer el PP en las comunidades donde ha arrebatado el poder al PSOE es realizar auditorías para conocer el estado real del déficit que atenaza las cuentas autonómicas y pone en peligro el futuro de una de sus principales partidas, la sanidad. Y una vez que las cuentas claras estén encima de la mesa (es vergonzoso que a estas alturas la deuda real del Sistema Nacional de Salud siga siendo un misterio), los nuevos gestores aplicarán la tijera con alegría, eso seguro.
No digo que no haya gastos superfluos, partidas innecesarias y contratos inflados en los servicios de salud, que los hay y variados, pero también hay pacientes cuyos derechos hay que preservar y cuyas prestaciones hay que garantizar. Para ello hay que usar la tijera con cuidado y moderación, no vaya a ser que quienes la van a manejar se pasen y, con la euforia, corten algún dedo a aquellos que en unos meses tendrán que volver a las urnas a votarles. Que tengan cuidado con la tijera, no vaya a ser que los pacientes, en su calidad de votantes, cambien de idea cuando se miren la herida.