Antonio González
es periodista del diario ‘Público’
El año que nos acaba de dejar ha confirmado una realidad de la que nadie duda ya: la medicina del futuro pasa por la genética. Es evidente que la práctica clínica basada en el uso de los mismos tratamientos para todas las personas con determinados síntomas, sin considerar las diferencias escritas en el genoma de cada uno, tiene los días contados, aunque aún tendrá que pasar mucho tiempo para que se consolide el cambio de paradigma. En cualquier caso, ya podemos contemplar ejemplos donde esta nueva medicina, llamada a abarcar de forma transversal toda la práctica clínica, ha demostrado su eficacia, sobre todo en materia de prevención de determinadas dolencias.
Así, la sociedad no ha sido precisamente insensible a las ventajas que suponen técnicas como el diagnóstico genético preimplantacional a la hora de evitar que las patologías congénitas pervivan de generación en generación, e incluso de curar algunas de ellas. De hecho, en el pasado mes de octubre, todos los medios de comunicación dedicaron un amplio espacio al nacimiento, en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, del primer ‘bebé medicamento’ de España, que permitirá a su hermano superar una anemia muy grave causada por una dolencia genética, la beta-talasemia.
Pero ni siquiera hay que referirse siempre a enfermedades raras para dejar patente el componente genético de muchas enfermedades cuando se sabe que al menos entre el 5 y el 10 por ciento de los cánceres, un grupo de patologías que tiene de por sí un importante componente genético, son hereditarios. Incluso se trata de una estimación conservadora, pues a medida que aumente el conocimiento de los genes cuyas mutaciones dan lugar a los tumores, el porcentaje será superior.
En el caso del cáncer hereditario, las unidades de consejo genético que existen en casi todas las comunidades autónomas, aunque son todavía insuficientes, hacen posible no sólo anticiparse a la aparición de un cáncer, sino incluso poner en marcha un tratamiento preventivo que evita su aparición, ahorrando al paciente muchos sufrimientos. Sin embargo, al frente de estas unidades no hay genetistas, como ocurre en casi todos los países de Europa, sino oncólogos o especialistas de otras ramas. La razón es sencilla: a estas alturas sigue sin estar reconocida en España la especialidad de genética clínica, pese a que el Senado ya reclamó su creación hace un par de años y los especialistas no se cansan de reclamarlo desde hace tiempo.
Aunque es cierto que el Gobierno parece estar trabajando en ello, la puesta en marcha efectiva de esta especialidad no puede esperar más, al menos si no queremos perder el tren de la medicina del futuro. No basta con que los especialistas de diferentes ramas hagan el sobreesfuerzo de formarse para poder tener los conocimientos necesarios. Hacen falta auténticos especialistas en la materia que hagan que la medicina individualizada deje de ser un mero concepto estético.
Los miembros de la Asociación Española de Genética Humana se lamentan de que España lleva más de 12.600 días sin la especialidad. Esperemos que antes de llegar a los 13.000, la genética clínica sea una realidad.