La verdad es que últimamente da miedo abrir un periódico o escuchar las noticias. Parece que, con la crisis-recesión económica mundial, han vuelto las plagas bíblicas. La OMS nos anuncia que el cambio climático exacerbará los grandes males y enfermedades de la humanidad, que en unas zonas la malaria, la malnutrición y la diarrea son la amenaza y que en países como España repuntarán las enfermedades respiratorias y alérgicas con el consiguiente estrés sanitario.
El consabido ‘a perro flaco todo se le vuelven pulgas‘, parece el lema del momento. Si no hubiera suficiente con el aviso realizado por la OMS, en una clave más local se nos indica que el 65 por ciento de las personas mayores de 65 años padece cuatro o más patologías crónicas de un modo simultáneo, lo que conlleva un riesgo 13 veces mayor de desarrollar una dependencia funcional. Y si aún no hemos entrado en una espiral de temor, basta leer las conclusiones del congreso mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Ellos mismos han denominado el documento final como “Docena mortal”, y no es para menos. Consideran que los “atentados contra la atmósfera” afectarán a animales y personas y, cómo no, a las economías del mundo, de suerte tal que los patógenos proliferarán y sobrevivirán más y, al mismo tiempo, aumentará la susceptibilidad de contraer una infección. Además, los cambios de temperaturas y las alteraciones de los ritmos de las lluvias pueden acarrear una expansión de los agentes que causan enfermedades que, hasta ahora, estaban más confinadas en determinadas áreas.
La tuberculosis, la gripe aviaria, el cólera, el virus Ébola, la fiebre amarilla o la enfermedad de Lyme nos acechan por culpa del hombre. El cambio climático, consecuencia de nuestras acciones poco medidas en los últimos 50 años y la asimetría en el acceso a los tratamientos curativos entre el primer y el Tercer Mundo, son los motores de esa locomotora letal.
No es cuestión de desoír los llamamientos de los expertos sobre la necesidad de ser socialmente responsables para garantizar un mundo sostenible, ni de taparnos los ojos ante la falta de recursos sanitarios en algunas zonas del orbe, pero el alarmismo es un mal compañero de viaje cuando queremos movilizar las conciencias. Corremos el riesgo de que el pánico se apodere de nuestra voluntad y nos paralice.
La primera recomendación es desafiar a la crisis con métodos racionales, o lo que es lo mismo, luchar contra los pensamientos tóxicos, que son como los venenos que en algunas dosis curan y en otras matan. Y pensar que el hombre y el progreso deben ser un matrimonio que supone estar juntos en la salud y en la enfermedad.
Yolanda Martínez es doctora en
Periodismo y profesora de la UCM