Tras un tiempo alejado del tema subastas por recomendación facultativa no hay más remedio que comentar la estelar aparición en el Parlamento Europeo de Aquilino Alonso, consejero andaluz de salud, para loar las políticas farmacéuticas de su comunidad en general y de las subastas en particular. El caso es que en su intervención la única novedad ha sido conocer, por fin, a qué se ha destinado el dinero generado por los ahorros de esta medida al menos durante el último año. Los 121 millones de ahorro de 2015 han servido para financiar una parte de los tratamientos de la hepatitis C. Los años anteriores no se sabe muy bien a qué políticas, programas o medidas concretas se ha destinado.
Lo que sí sabemos con absoluta certeza es que las subastas siguen dejando un reguero de desabastecimientos, dificultad en el acceso para los pacientes y dificultad económica para farmacia e industria. Lo que también sabemos es que una medida injusta no puede servir de ejemplo para nada y mucho menos ser exportada a Europa. Está muy bien que un consejero acuda a las instituciones europeas a hablar de su manera de hacer las cosas en política sanitaria, aunque no creo que se pueda sacar pecho con una medida que no alcanza ni de lejos el ahorro prometido y que genera los problemas que hemos comentado. Y más aún si consideramos que esta política de selección de medicamentos no pone de acuerdo a nadie, ni siquiera al resto de consejeros socialistas que en ningún caso han adoptado las subastas.
Mejor nos iría si aquella voluntad de aceptar propuestas alternativas hecha pública por Aquilino Alonso se hubiera concretado y no se hubiera quedado en una declaración de intenciones. El último en lanzar el guante fue Enrique Ordieres, presidente de Cinfa, a través de las páginas de EG. Antes, muchos más. De fondo, solo queda pensar que si no se estudian siquiera las alternativas es porque hay miedo a tener que desterrar uno de los mayores empecinamientos políticos que se recuerdan.
No se entiende ese rechazo
a valorar alternativas a las subastas y tratar de desterrar una de las peores medidas que se recuerdan