| domingo, 29 de marzo de 2009 h |

Pablo Martínez

Periodista e historiador

La mayoría de mis amigos farmacéuticos coinciden en valorar la actual etapa de la farmacia española como una época de profundos cambios. Una etapa en la que un modelo profesional eminentemente individualista está dando paso a un sistema más colectivo, de un mayor compromiso con el paciente y con una cartera de servicios mucho más amplia y no constreñida por un margen sobre el precio del medicamento. El gran problema que existe es que hoy por hoy nadie es capaz de predecir el alcance y el ritmo de esos cambios y qué elementos perdurarán y cuáles pasarán a la historia.

Algunos de esos farmacéuticos amigos, culpan de la situación al resentimiento de los farmacéuticos sin farmacia que, con sus denuncias a las trabas a la libre instalación ante Bruselas, propiciaron, según su opinión, el dictamen motivado de la Comisión Europea contra el actual modelo español. Desde mi modesto punto de vista trato de explicarles a estos amigos farmacéuticos que no tienen razón, que los cambios que se están produciendo tienen una génesis más compleja que, a su vez, está ligada a la globalización de la economía, los nuevos roles profesionales y la mayor cultura de la población. Unos aspectos a los que además, de paso y ligado a esos grandes ejes, considero que se añade la frustración de los no titulares de oficina de farmacia y algunas estrategias comerciales de distribuidoras multinacionales y grandes superficies comerciales.

El médico y humanista Gregorio Marañón (1887-1960) publicó en 1939 un ensayo sobre el emperador Tiberio (42 a 37 a.C), en el que retrata una época de devastación que, sin embargo, dio lugar a un imperio poderoso e influyente. El Tiberio de Marañón aborda una teoría del resentimiento como pasión y representa un esfuerzo de interpretación de una época convulsa. El emperador Tiberio, como la farmacia española actual (si se me permite esta digresión), se encuentra en una tierra de nadie, en la que el pasado se derrumba con crisis sucesivas para dar lugar, tras esa convulsión, a una sociedad mejor.