| viernes, 27 de noviembre de 2009 h |

Pablo Martínez, periodista e historiador

El director general de Farmacia, Alfonso Jiménez, al que me honro en conocer hace más de 20 años, es un hombre cabal y sincero, que asume en estos momentos una complicadísima responsabilidad. La pasada semana en una entrevista en EG señalaba: “Espero que no haga falta tomar medidas desestabilizadoras ante la subida del gasto”. Comentando todo esto con el farmacéutico de mi calle, bueno, el más próximo de los dos que hay en mi calle, le dije: “Malo, esto significa que el nuevo Plan Estratégico de Política Farmacéutica va a traer un ajuste duro”. “¿Cómo puedes estar tan seguro?”, me respondió. “Fácil —añadí—, utiliza un pretexto que es lo equivalente a una mentira con buena intención. Te contare una historia: cuando todavía era un niño, Cneo Papirio Carbón (130 a 82 a. C.), cónsul de la Roma Antigua, acompaño un día a su padre a una sesión del Senado. Éste le había hecho prometer que no contaría nada de lo que allí se decía. Su madre le interrogó al volver a casa, estaba muerta de curiosidad, pero de su marido nunca obtenía nada. El niño, acorralado, se inventó un debate: ‘¡Madre!, los senadores han discutido sobre la poligamia, no saben si es mejor dar dos mujeres a un marido o dos maridos a una mujer’. La madre contó esto a sus amigas y, al día siguiente, un numeroso grupo de mujeres se reunió delante del Senado pidiendo a gritos que dieran dos maridos a cada mujer antes que dos esposas a cada marido.

Enterado el Senado de la causa del tumulto y de cómo Papirio había guardado el secreto de las deliberaciones, teniendo en cuenta que todavía vestía la toga pretexta, que era la destinada a los mancebos libres de nacimiento, le otorgó el sobrenombre de Pretextado. Desde entonces, la mentira de buena intención se llama pretexto. Algo parecido ha debido ocurrirle a Jiménez que, incapaz de mentir abiertamente, ha recurrido al pretexto”.