Pablo Martínez, periodista e historiador
La palabra ‘hecatombe’, del griego antiguo hekatón (cien) y boús (buey), designa una ofrenda remota en la que se regalaba a los dioses el sacrificio de cien bueyes. Tal era el esfuerzo que debía representar para los antiguos helenos el volumen de la dádiva, que el término quedo acuñado como referente genérico de una gran catástrofe. En ese sentido, calificar de ‘hecatombe farmacéutica’ la sucesión de recortes y rebajas que el Gobierno ha impuesto al sector farmacéutico en el presente año no resulta en absoluto exagerado. No obstante, aun en las hecatombes existen categorías. El propio Homero, en la Iliada, habla de una hecatombe de 12 bueyes y otra de 50 carneros. En la Odisea, el mismo autor narra otra gran hecatombe de 81 bueyes. ¿Cómo se referiría a la situación a la que se ven abocados los agentes de la cadena del medicamento después de la aplicación de los precios de referencia, el Real Decreto Ley 4/2010 de racionalización del gasto farmacéutico y el hachazo añadido por de José Luis Rodríguez Zapatero el pasado 12 de mayo?
En el hipotético paralelismo de que pudiese compararse al presidente del Gobierno con un dios menor, y a su vicepresidenta económica, Elena Salgado, como su más devota sacerdotisa, que trasladan a los mortales las exigencias de los dioses supremos del Olimpo europeo, el sector farmacéutico español necesita imperiosamente una sibila. Es decir, un intercesor que haga entender a los dioses que los tributos exigidos al rebaño de la comunidad del medicamento han tocado fondo, que han terminado con su capacidad reproductiva y que ahora, si no buscan bueyes en otras latitudes, sólo pueden esperar la acelerada consunción de los pocos que queden vivos.
Desgraciadamente, cada uno de los clanes del medicamento ha recurrido a una, o incluso más de una, sibila (Farmaindustria, Aeseg, FEFE, Consejo General de Farmacéuticos, colegio de Madrid…), y además se señalan entre sí diciendo: “A ése le has quitado más bueyes que a mí”. Así no se puede ir a ninguna parte, con todo ese ruido los dioses dicen que están sordos.