Pablo Martínez
Periodista e historiador
Las serpientes han ocupado un lugar destacado en muchas religiones como imagen del mal. Tratar con serpientes fue en principio algo reservado a sacerdotes y brahmanes, pero con tiempo derivó en entretenimiento de ferias ambulantes y, finalmente, en metáfora utilizada para describir a aquellos que conectan bien con distintos públicos a base de decir a cada uno que lo que quiere escuchar. El cuadro La encantadora de serpientes, de Henri Rouseau (1907), en el que la jungla exótica y la serpiente son en realidad el Jardín de Plants y el zoológico de París, es un paradigma de ese fenómeno que nos hace ver sólo lo que nos gustaría sin explorar otras opciones. Cuando existe predisposición a prestar mayor atención a lo que nos agrada, el trabajo del encantador de serpientes es más sencillo.
Llamar a alguien encantador de serpientes, por otra parte, ha dejado de ser peyorativo, para los políticos llega a representar un reconocimiento de su buen oficio. En las últimas semanas ha sido uno de los calificativos con los que se ha distinguido a Barack Obama para resaltar su capacidad de conectar con todos los públicos y, salvando las distancias, también he comprobado que se lo han atribuido a José Martínez Olmos, secretario general de Sanidad, tras su anuncio, en el Foro Aproafa, de que el nuevo Plan Estratégico de Política Farmacéutica del Ministerio de Sanidad en lugar de incidir en el control del gasto se dedicará a potenciar la implicación del farmacéutico en la mejora de la calidad del sistema sanitario y así, de paso, reforzar la posición del modelo español ante Bruselas. Muchos farmacéuticos están encantados porque eso es lo que querían escuchar. Otros piensan que el gasto tiene pocas posibilidades de ser más controlado y que, además, dadas las veleidades propagandísticas del ministerio, una campaña de promoción de la calidad diciendo que cuentan con la farmacia les puede venir muy bien.