Pablo Martínez, periodista e historiador
Los asesinos en serie son difíciles de detectar. Las series de televisión norteamericanas han sido las más prolíficas en presentárnoslos, diseccionar su personalidad y mostrar las investigaciones que conducen a su detención. Durante la investigación de los asesinatos, podemos observar problemas de jurisdicción y competencias entre las distintas ramas de la policía: los cuerpos estatales contra los de la policía científica, éstos contra la policía de barrio… Unos tienen un mejor conocimiento de dónde actúa el asesino. Otros, son expertos en precisar cómo lo hace. Y, finalmente, la policía de barrio es la que mejor conoce a las víctimas.
Sería oportuno que entre los asesinos no nos quedáramos únicamente con las anécdotas, con esos casos truculentos, con mucha sangre, que coleccionan alguna decena de víctimas. Los asesinos en serie menos reconocidos son los más mortíferos y cada uno de ellos acumula millones muertes a sus espaldas. Me refiero, ya lo habrán adivinado, a los causantes del 29 por ciento de las muertes a nivel mundial. Es decir, a la hipertensión arterial, el tabaco, la glucosa alta, el sedentarismo y el sobrepeso.
En la lucha eficiente contra estos asesinos en serie tienen que colaborar las propias víctimas, pero las distintas policías sanitarias: estatal, autonómica y de barrio, deben estar coordinadas. En estos casos, los farmacéuticos comunitarios son lo más parecido que se puede encontrar entre los cuerpos sanitarios con la policía de barrio de los agentes del orden público. La policía de barrio es eficaz si conoce a los vecinos, sus costumbres y goza de su confianza. Es exactamente igual que lo que ocurre en el caso de los farmacéuticos comunitarios ideales, que son los sanitarios más próximos, más accesibles y a los que se ve un mayor número de veces.
Cuando el debate sobre el segundo Plan Estratégico de Política Farmacéutica está aún sobre la mesa, los dirigentes de los farmacéuticos deben imponerse al FBI (perdón, quería decir al Ministerio de Sanidad), y reivindicar el papel trascendental de la policía de barrio contra los asesinos en serie. No hay que arrugarse.