Cuesta abajo y sin frenos, el régimen de adelgazamiento forzoso aplicado en algunas comunidades autónomas y la cirugía bariátrica practicada por los decretazos y la orden de precios están dejando en un simple tónico el esfuerzo, nada desdeñable, que se viene llevando a cabo en el SNS desde hace años para reducir la factura farmacéutica. ¿Con qué fin? Pese a lo que podría parecer, la pregunta no es retórica. Tradicionalmente, el gasto farmacéutico ha sido señalado como uno de los principales responsables del incremento en el gasto sanitario. Nadie cuestiona que los crecimientos superiores a los dos dígitos que eran la constante en los últimos años del gobierno del PP eran imposibles de sostener. Pero para algunos cabría deducir que, siendo responsable de buena parte del incremento del gasto sanitario, su contención reduciría el gasto sanitario, ¿no?
Pero la realidad ha sido bien distinta, puesto que a pesar de toda la variabilidad autonómica y del impacto —innegable de nuevo— que en muchas regiones alcanza la sanidad (en la Comunidad Valenciana aglutina casi el 40 por ciento total del presupuesto), en el conjunto de las comunidades autónomas el presupuesto sanitario supuso un 32 por ciento en 2010. Resulta que es la misma cifra que en el año 2003 y de todos los que hay en medio. Mientras tanto, el gasto farmacéutico redujo un 20 por ciento su impacto sobre el presupuesto sanitario y un 19,1 por ciento sobre los presupuestos totales de las comunidades autónomas.
Tanto el ministerio como las comunidades llevan años preparándose para esta operación bikini. Y su esfuerzo para minimizar el impacto del gasto farmacéutico sobre los presupuestos (sanitarios o totales) ha funcionado, año tras año, pero de ninguna manera se ha trasladado a un comportamiento similar al gasto sanitario: entre 2003 y 2010 el gasto farmacéutico ha subido, sí, pero la mitad de lo han crecido el gasto sanitario o los presupuestos autonómicos.
Si cada vez es más difícil de justificar que el gasto farmacéutico es ese temido bollo industrial que hace engordar el gasto sanitario y pone en peligro las cuentas regionales, y si el volumen de gasto sanitario sigue siendo fuente de preocupación, habrá que tomar otras medidas.