Jordi Faus es abogado y socio de Faus & Moliner
Comentábamos la semana pasada la presencia cada vez mayor de noticias relacionadas con el derecho de la competencia y, ya ven, resulta que esta semana las autoridades encargadas de hacer cumplir estas normas han impuesto una multa de 51 millones de euros a unas empresas del sector de la peluquería profesional. Según la Administración, durante muchos años estas empresas celebraron reuniones semestrales a las que acudían sus directivos y en las que se trataban cuestiones tales como la remuneración de los agentes de ventas, los precios, los resultados de cada compañía y otras cuestiones similares. La Comisión Nacional de la Competencia, además, habría dictaminado que existía entre las empresas un pacto de caballeros para no contratar personal comercial que estuviera empleado en alguna de ellas.
Ahora empezará una batalla legal ante la Audiencia Nacional, donde se discutirán muchos temas: si la Administración obtuvo la información que ha utilizado en este expediente de forma legal o no, si ciertas conductas habrían prescrito o no, si las inspecciones que se llevaron a cabo fueron correctas o no. Mientras esto se discute en los tribunales, y cuenten que fácilmente pasarán cinco años hasta que el proceso concluya con una sentencia del Tribunal Supremo, nos parece recomendable analizar qué se puede aprender de todo esto.
Primera lección, empezando por el final: no se fíe de quienes se reúnen con usted. Si ha compartido mesa con sus colegas de la competencia, y ha tratado temas sensibles, piense que cualquiera de ellos, el día menos pensado llama a la puerta de la Administración, les explica todo aquello sobre lo que ustedes han hablado y, a partir de ahí, vaya usted a saber, porque resulta que la línea entre compartir información y establecer un cártel es de lo más fina. Vaya con especial cuidado cuando se producen cambios en los puestos directivos de las compañías, normalmente quienes denuncian estas cosas no serán los que se sentaban en la mesa con usted, más bien lo hará algún nuevo cargo que acaba de llegar al país. Fíjese si le sale a cuenta: en el caso que nos ocupa, la empresa que denunció los hechos acogiéndose al llamado programa de clemencia. ¡Se ahorró una multa de aproximadamente nueve millones de euros!
Dicho esto, la verdadera lección a aprender es que hay que ser muy prudente en los intercambios de información con los competidores. A los latinos nos gusta mucho hablar, seguramente más que escuchar, y conviene saber que hablar demasiado puede tener consecuencias. Ya hace muchos años que las normas de la competencia se aprobaron para liberalizar la economía, suprimiendo el poder de los gremios, esas instituciones medievales donde los comerciantes hablaban y hablaban regulando minuciosamente los diversos aspectos de su actividad y concertando sus actuaciones. En el siglo XXI, no queda más remedio que ser escrupuloso. Tal vez no haga falta llegar a aquello de: “Al competidor ni agua”, pero sea cauto. Cuando se reúna con los competidores piense que la Administración normalmente se guiará por aquello que decía Adam Smith: “Seguro que la conversación acaba en alguna conspiración contra el público o en alguna estratagema para aumentar los precios”. De modo que haga caso a sus abogados, y vaya con cuidado, que no están los tiempos como para que venga la Comisión Nacional de la Competencia con una multa de millones de euros.