| viernes, 25 de marzo de 2011 h |

Santiago de Quiroga

Clasificar a un grupo de medicamentos como de “alto impacto” ha sido la solución para identificar aquellos más costosos para el sistema público sanitario. La fácil identificación permite a las administraciones poner en marcha mecanismos de control de la oferta, con los criterios que se deciden, que en la mayoría de los casos no suelen contar con evidencias científicas, sino con preocupaciones presupuestarias. No es cuestión ahora de poner en entredicho ninguna estrategia de ahorro, sino de destacar que, incluso con la excusa de preservar el sistema sanitario, no vale todo. Algunos creen que es cuestión de reducir más los precios y de poner más barreras a la prescripción de dichos medicamentos de “elevado impacto”, y en esa línea la tentación de una rápida respuesta y control relativo del gasto prevalece. Pero la realidad es diferente. Algunos tratamientos son claves para afrontar una enfermedad con dignidad, para luchar contra afecciones que nos degradan como persona, que nos hacen recordar que estamos a merced de los acontecimientos, incluso cuando nos hemos tomado en serio la prevención. Nadie se escapa a la enfermedad, tarde o temprano.

Puede que no haya para todos, pero sí debe haber para los que de verdad lo necesitan. Hay medicamentos con un “alto impacto” en el paciente y quizás no vale todo para ahorrar. Quizás.