Santiago de Quiroga
Durante el año pasado la farmacia se ha visto inmersa en las tensiones financieras que sufrían las consejerías, y que han afectado a los pagos. Los retrasos en abonar las recetas con cargo a fondos públicos han sido comunes. En alguna ocasión se ha tenido que recurrir a préstamos por parte del pagador o del colegio farmacéutico correspondiente, que buscaba asegurar la puntualidad en el pago a sus farmacias.
Pero en 2010 las cosas no parece que vayan a mejor. Tanto hablar de margen y beneficio —por su ausencia o eliminación— nos hace olvidar la liquidez, la tesorería y los flujos de caja que ahogan a la farmacia y a la distribución. Hay dificultad en mantener un alto número de presentaciones y mantener un stock que se devalúa con los vaivenes de los precios. La farmacia tiene una segunda batalla con la caja. ¿Quién va a poner el dinero para que la farmacia cobre, si la Administración no consigue cuadrar sus cuentas?
La Administración tendrá que lidiar con recortes en programas que pondrán a los investigadores al borde de la rebelión. Algunas de las actividades que mantienen las sociedades científicas se paralizarán. ¿Y el empleo? Habrá que ver qué ocurre. Y, al final, como quien tiene que proporcionar los medicamentos a las farmacias y la distribución es la industria, habrá que pedirles a éstos que financien ante el riesgo de que no haya caja.