| viernes, 11 de junio de 2010 h |

Santiago de Quiroga

En esa corriente agotadora de ideas nuevas para ahorrar estamos empezando a ver cosas que son alarmantes. Tan absurdo como realizar un proyecto de ahorro cuyo coste sea mayor que el beneficio ahorrado. En esto estamos. Un ejemplo es pretender que las farmacias hospitalarias se hagan cargo de las dispensaciones de medicamentos de diagnóstico hospitalario de elevado precio. En estos medicamentos, el margen fijo que recibe la farmacia por su venta no les compensa tener en stock varios miles de euros, que una vez se dispensa se tarda algo más en cobrar. La pregunta es si es razonable poner a los farmacéuticos de hospital a realizar labores que tienen más que ver con la cercanía y la atención personalizada, a través de una red de farmacias universal y accesible de más de 20.000 puntos.

En lugar de esta opción, se propone que personas con enfermedades graves deban acudir a la farmacia de hospital y guardar turno en horario más restringido que una oficina de farmacia de calle. La pregunta es si las molestias para el paciente compensarán los costes ahorrados, y cómo afectará al cumplimiento de tratamientos muy importantes.

Las malas ideas llevadas a la práctica son peores. Por ese motivo, la solución pasa porque la distribución farmacéutica pueda liderar un grupo de compra hospitalaria, que la farmacia ajuste su margen (cierto, aún más) y que el paciente grave no sufra la crisis.